Corina Esturla es artista plástica. Vio cómo el Alzheimer se apoderaba de su mamá y plasmó en obras de gran formato las etapas de duelo y crecimiento.
“No esperaba volver a la casa de mi madre a los 40 años, pero se dieron las cosas para que venga unos meses a vivir con ella, y en la convivencia me di cuenta de que la involución era muy grande”, recuerda Corina Esturla (43) .
“Decidí quedarme porque ella necesitaba vivir acompañada”. Pasaron tres años desde entonces. Y en el medio, dos procesos: el deterioro cognitivo irreversible de Susana, su mamá, y la sanación de Cori –diseñadora gráfica y artista plástica–, que plasmó sus emociones en una serie de obras de arte.
Próxima a cumplir 70, Susana comenzó a manifestar los primeros síntomas de Alzheimer, un mal que impacta en las habilidades cognitivas y la capacidad funcional. “Es una enfermedad muy cruel. Cada vez me entero de más personas que tienen un familiar con esto y sufren un montón, porque no saben cómo vivirla”, dice.
“Me costaba mucho verla a ella así. Me sentía mal. Sentí que debía hacer algo con esto, utilizando mi recurso, que son las artes plásticas. Me senté, anoté en un cuaderno mis emociones respecto a esta enfermedad y pensé en armar una obra con el recorrido que estaba haciendo”, cuenta Esturla, rodeada por cuadros de estilos muy diversos elaborados con lana sobre bastidor.
“Dicen que el enojo es tristeza no resuelta y creo que una vez que acepté que podía estar triste por esta situación horrible de ver a mi mamá transformándose, pude llorar la bronca y eso me permitió terminar el cuadro”
“Lo primero que sentí fue enojo. Con la vida. Con todo el mundo. Mucho enojo”, recuerda la artista. “Mi papá había estado muy enfermo durante años y yo me había enojado muchísimo con su muerte, porque no estaba preparada y, cuando empezaba a rearmar mi vida sin tanta bronca, me enteré de esto y me parecía injusto. No me la podía agarrar con nadie y eso hacía que fuera aun peor”.
Recuerda que cuando decidió armar Tochter. Hija del Alzheimer, y revisitando cada una de las emociones, sabía que el enojo era la primera. “Son muchas emociones, pero decidí que fueran siete obras, porque ése es un número especial”, cuenta.
“Tenía que expresar una emoción con lana, que no es una técnica tan fluida como el acrílico u otras. Iba a empezar por el enojo y eso estaba clarísimo. Pero me costó muchísimo esa obra. La dejé en stand by y empecé con la tristeza”. Ésa fue la segunda emoción con la que conectó.
“Después de la tristeza, que me salió de forma mucho más fluida, pude terminar con la primera. Dicen que el enojo es tristeza no resuelta y creo que una vez que acepté que podía estar triste por esta situación horrible de ver a mi mamá transformándose, pude llorar la bronca y eso me permitió terminar el cuadro”, reflexiona.
Después llegó el miedo. “Me acordaba algo de lo que había pasado con mi abuela. No sabía cómo íbamos a hacer eso. Apareció entonces la ansiedad de pensar en el mañana y para mí es sinónimo de comer. Me daba atracones, porque no podía con mi vida”, confiesa y recuerda que el arte le ayudó a calmar la ansiedad. “En vez de comer, comer, comer, hacía, hacía, hacía”.
Enojo. Tristeza. Miedo. Ansiedad. Y culpa. “Cuando tenés un familiar con Alzheimer, ves que cambia un montón. Yo tenía una madre con una personalidad absoluta y de repente a mí me daba vergüenza. Mantiene su esencia, pero con otras actitudes. La veías como una mujer perfecta y en la calle quizás era como una niña”, relata.
“Sentía culpa de no saber si estaba haciendo todo lo que ella merecía. Y también de no aceptarla en su situación actual”, dice y agrega: “Es una emoción muy occidental y la sigo sanando. Es un proceso que comenzó cuando dejé de lado las expectativas y el deseo de que ella fuera como antes. Fui aceptando lo que pasaba y comencé a mirarla con ternura (6)”.
Recuerda que en ese momento se dio cuenta de cómo se invertían los roles: “Ella pasaba a ser la chiquita y yo comencé a mirarla con los ojos amorosos con que una madre mira a sus hijos”. Esa aceptación cambió la convivencia.
“La iba a disfrutar. Me dije a mí misma: '¡Qué bueno que estoy viviendo con ella y que la puedo disfrutar!'. Ahí llegó el cuadro de la ternura: nos abrazábamos todo el tiempo”, cuenta y reconoce que lo que más extraña de su mamá son “esos abrazos protectores y al mismo tiempo llenos de amor”.
Esta muestra, que surgió de la necesidad de Corina de expresar lo que le pasaba, llegó a un montón de gente que estaba viviendo esas mismas emociones. “Me contactaron personas a las que no conocía, para agradecerme por que la muestra les permitía ver cómo había sido su proceso real, o en qué etapa estaban”, comenta.
“Lo que muestro en relación al Alzheimer -–aunque muchos lo relacionan con otro tipo de duelo– es que permitirme atravesar las emocionesm e incluso volver sobre algunas, como me pasó con el enojo, es un proceso necesario para llegar a la aceptación (7). Puedo llegar ahí porque puedo pasarla mal viviendo cada una de ésas, pero me permito vivirla. Si las negás, te quedás en el enojo. Tenés que permitirte pasarla realmente mal. Es madurar, aceptar y crecer”, reflexiona y sigue: “Sin quedarte en el sufrimiento, porque es peligroso quedarse en ese lugar de víctima”.
“Lo que muestro en relación al Alzheimer es que permitirme atravesar las emociones e incluso volver sobre algunas, como me pasó con el enojo, es un proceso necesario para llegar a la aceptación”
La imagen que cierra la muestra está basada en una foto de la artista. “Fue un momento de gratitud. Estaba agradeciendo al Sol, a Dios, a la vida. Mamá también está en esa pose en muchas fotos, como agradeciendo y recibiendo a la vida. El gesto es de aceptación. Soy chiquita, ¿contra qué me voy a rebelar? De a poquito voy aprendiendo”, dice.
“Si con estas obras puedo ayudar a otros en sus procesos de duelo y de Alzheimer –porque es muy difícil perder a alguien, pero perderlo en vida es rarísimo también, tenés que aprender a ser muy flexible–, es muy bueno”, señala al tiempo que recuerda que es fundamental estar presente.
“Lo único que podés hacer es acompañar todo el proceso. Sostener a la otra persona, tener contacto físico, poner música. El Alzheimer tiene algo que conecta a las personas con la música”, sentencia y agrega: “El enfermo de Alzheimer sigue estando presente; diferente, pero está. Entonces es clave aceptarlo, quererlo y abrazarlo todo lo que se pueda. Mamá se fue, pero yo no me quedé con nada”, concluye con una sonrisa.