Fernanda Martínez, de 46 años, relata la experiencia que vivió junto a un grupo de argentinos que habían quedado varados en tierra azteca por el coronavirus. Además, comparte las fotos que tomó de esta "aventura imborrable".
"El viernes 10 de abril me encontraba a las doce de la noche junto a decenas de personas frente a la entrada de un hangar militar del aeropuerto de la ciudad de México. Los militares, en voz alta, nos llamaban por nombre y apellido sin tener en cuenta el orden alfabético. Cuando dijeron mi nombre, entré caminando en fila india a un espacio abierto en el que nos hicieron formar varias filas".
"Había poca luz y teníamos que permanecer en silencio para poder escuchar las indicaciones de la médica de la fuerza aérea y de la mujer consignada por el consulado argentino. Después de hablarnos, nos entregaron barbijos (a pesar de que todos teníamos puestos los nuestros) y nos distribuyeron gel antibacterial. Entramos uno por uno al hangar militar del que iba a despegar nuestro avión de rescate, y ahí nos tomaron la temperatura después de decirnos que “toda persona que presentara fiebre o síntomas correspondientes al coronavirus se consideraba paciente y no pasajero, por lo que no podría subir al avión”. Afortunadamente, mi temperatura marcó 35.5. Después, tuvimos que llenar un formulario y pasar las valijas por un escáner. Y yo recé para que no me quitaran las dos botellas de mezcal que me habían regalado. Es que el mezcal, los chiles secos y las alegrías (especie de tableta de cereal hecha con amaranto inflado) eran lo único que me iba a reconfortar el alma después de semejantes planes frustrados. Pasé. Después salimos a una explanada y ahí nos encontramos con otro control sorpresa".
"Se nos acercaron dos militares con un perro y nosotros tuvimos que dejar las valijas en el piso. Al pasar a mi lado, el animalito se entretuvo un buen tiempo olfateando mi bolso de mano de tal modo que uno de los militares le dijo al otro `¿Cómo lo ves?, ¿lo abrimos?´. En eso el sabueso se apartó y siguió de largo, y yo solté el aire. Después pasamos otro escáner más (esté último se deslizaba por dentro de una camioneta) y nos volvieron a alinear en filas. Una vez ubicados, esperamos".
"Los militares nos repartieron una provisión de comida bastante sustanciosa a las 3 de mañana, y después, finalmente, logramos entrar al avión. Lo hicimos uno detrás del otro tras escuchar repetidas aclaraciones de que este no era un vuelo comercial. Decían `los estamos llevando a sus casas a causa de una epidemia mundial. Una pandemia´. Despegamos a eso de las 4 de la mañana y en el trayecto, hicimos dos escalas para cargar combustible: una en Huatusco y la otra en Guayaquil. Y en ambas, nadie subió ni nadie bajo".
"Y ya pasando el Ecuador pudimos disfrutar de la vista privilegiada del Desierto de Atacama, la cordillera de los Andes, las sierras de Córdoba y la ciudad de Rosario hasta que llegamos a la tierra plana de Buenos Aires. Y al aterrizar, ¡explotamos en aplausos! Y yo, particularmente, hoy les agradezco a los gobiernos de Argentina y México por haberme traído a casa. Era lo único que quería".