Victoria Leguizamón (32), oriunda de Salta, hace cuatro años que vive y trabaja en Ushuaia, el lugar con más infectados de Covid-19 de la Patagonia. Su rutina laboral es interminable: “Después de un día de trabajo tengo una mezcla de emociones: tristeza, enojo, satisfacción e incertidumbre”.
Victoria Leguizamón (32) decidió ser médica a los 7 años, cuando perdió un riñón. Hoy es especialista en Medicina General y Familiar en Ushuaia, aunque nació en el otro extremo del país, en Salta Capital. A los 19 se mudó a Córdoba para estudiar Medicina. Actualmente se desempeña en los centros de atención primaria y en el servicio de emergencias del Hospital Regional de la ciudad patagónica. “En junio de 2016 me enamoré de este lugar y decidí quedarme. Vivo con mi compañero de vida, Matías, y mis perritas Cielo, Suri y Mimí”, cuenta desde el centro de salud más austral de la Argentina.
–¿Cómo es un día en tu vida desde que surgió el Covid-19? –Ha cambiado mucho. Antes, además de mi actividad laboral entrenaba, hacía acrotela y los días libres pasábamos el día con mi pareja en caminatas por la montaña. Hoy todo se reduce a actividades relacionadas con la pandemia. Como médica generalista, intento ponerle humanismo a mi profesión, pero ahora me convertí en una individua cubierta de pies a cabeza. Hablo detrás de un barbijo No 95 y miro a través de las antiparras, manteniendo distancia de las personas que –estoy segura– más que medicamento necesitan el contacto y la humanidad de lo simple para aliviar sus dolencias. –¿Cuántos son los médicos allí y en qué condiciones trabajan? –En Ushuaia somos aproximadamente 80 médicxs del sistema público. Como en todo el país, el personal de salud está olvidado hace bastante, y con ello nuestros sueldos. La vida en Ushuaia es muy cara en alimentación, alquileres, vestimenta. En una guardia activa, antes de la pandemia cobrábamos por hora 126 pesos; hoy –y sólo por tres meses– esa hora subió a 383 pesos. Cada unx tiene más de 10 diez años de estudio, nos exponemos a diario y hoy más que nunca vemos a un enemigo microscópico día a día, cara a cara.
–¿Por qué creés que Tierra del Fuego tiene más casos que toda la Patagonia? ¿Es posible que colapse el sistema de salud allí? –En la provincia tenemos 75 casos confirmados, de los cuales 70 pertenecen a Ushuaia y 5 a Río Grande. El Covid-19 nos hizo ver que esto es dinámico, es el día a día. Pasa que acá hay más casos porque nuestra ciudad es turística por excelencia. Los primeros casos fueron importados de gente que estuvo de viaje en países europeos. El 95% tiene un nexo epidemiológico y otro porcentaje está en estudio. –¿Los tests ya los están haciendo allí o aún los tienen que mandar al Malbrán? –Desde hace una semana los estamos realizando en el laboratorio del Hospital Regional de Ushuaia. Por eso tenemos los resultados en menos de 48 horas. Al ser una población de 100 mil habitantes, nuestro radio de búsqueda se reduce: después de un triage vamos a los domicilios de los casos sospechosos, a hacer los hisopados. El sistema de salud en toda Argentina es débil, por recurso humano, material y edilicio. Creo, personalmente que estuvimos a tiempo para que nuestro sistema público no se convierta en una mini Italia.
–¿Cómo es volver a casa después de estar atendiendo a pacientes con Covid-19? –Al entrar y salir del trabajo nos sacamos la ropa y la llevamos en una bolsita cerrada, rociada de alcohol al 70%. Entro a casa sin tocar nada. Mi perra me abre la puerta y me saco el calzado. Paso derecho al lavadero, tratando de no tocar nada, ni picaportes ni el interruptor de la luz. Pongo la ropa en el lavarropas y directo a la ducha. Una vez que salgo, saludo a mi pareja, a mi hermano y a mis animalitas. Limpio el picaporte con lavandina y el celular y me vuelvo a lavar las manos. –¿Qué pasa por tu cabeza cuando llegás a tu casa? –Después de un día de trabajo tengo una mezcla de emociones: tristeza, enojo, satisfacción e incertidumbre. Pero al final del día me doy cuenta de que soy un eslabón más de esta gran cadena. Y a los que no tienen que salir les pido por favor que se queden en sus casas, que se laven las manos y no dejen de sonreírles a sus seres amados.