En plena cuarentena obligatoria, la alcaldía de Melchor Romero determinó una serie de restricciones preventivas para todos sus detenidos. Esta situación favoreció a los rugbiers. Aquí, los motivos.
A dos meses y medio del asesinato de Báez Sosa, la causa de Máximo Thomsen, Ciro y Lucas Pertossi, Blas Cinalli, Enzo Comelli, Ayrton Viollaz, Luciano Pertossi y Matías Benicelli, los ocho rugbiers imputados por matar a los golpes al estudiante a la salida de un boliche en Villa Gesell está paralizada.
En plena cuarentena obligatoria dictada por Alberto Fernández, que ayer informó que se extenderá hasta el 13 de abril, la alcaidía de Melchor Romero, donde los imputados están recluidos, decidió extremar las medidas de prevención y dejar a los jóvenes sin ningún tipo de visita ni la posibilidad de salir de sus celdas.
Esta situación favoreció a los rugbiers ya que perdieron todo tipo de contacto con el resto de los internos, a quienes han denunciado por amenazas contra su integridad física y psicológica. Actualmente, los jóvenes están separados. Si bien están en el mismo pabellón, están distantes en celdas aptas para dos personas como máximo. "En los primeros días, en las charlas telefónicas con la familia, era de lo único que hablaban: el miedo al maltrato de los compañeros de pabellón", hasta que los jueces decidan el destino definitivo.
En este caso y por la contingencia del virus, esa estadía será más prolongada. Como no pueden recibir visitas, los jóvenes oriundos de Zárate tienen dos teléfonos disponibles para comunicarse con sus familiares y allegados. Se turnan para las charlas y hacen pedidos de alfajores, chocolates, postres y tortas, una disposición del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la provincia habilita el ingreso de algunos productos que traen las personas autorizadas hasta la puerta del edificio penal.
“No se salen de las reglas ni un centímetro. Son respetuosos con las directivas y el personal”, coincidieron entre quienes recorren la Unidad 29 de Romero.
Lejos quedaron los tiempos en que salían a la luz presuntos enfrentamientos con los agentes. A las 19, cuando llega la hora del recuento, cada uno de los rugbiers debe estar en su calabozo. Allí, los detenidos leen y juegan a las cartas. Y se animan entre ellos, cuando alguno presenta algún síntoma depresivo y así van llevando los días.