El grupo "Unidos por Pinamar" cuenta con la buena acción de alrededor de cuarenta y cinco mujeres con máquinas de coser que quieren ayudar a quienes están más expuestos al Covid-19.
La historia de este emprendimiento comienza de la mano de una odontóloga que "no quería quedarse de brazos cruzados en su casa". Se trata de la Dra. Mónica Abait, que vive en Pinamar junto a su marido -también odontólogo- y sus dos hijos casi ingenieros. "En mi familia son todos médicos. Desde mi abuelo (fue uno de los primeros doctores de General Madariaga, de donde soy oriunda) hasta mi papá, mi hermana Laura que es jefa de radiología del hospital de esa ciudad, mi sobrina Felicitas que está en primer año de residencia de clínica médica en el Argerich y mi sobrino Juan que es cirujano en el Hospital Alemán. Así que estamos viviendo todo esto a flor de piel", cuenta la profesional.
Ante la consulta de cómo surgió la idea de fundar el grupo "Unidos por Pinamar", la especialista responde: "El sábado 21 de marzo hablé con mi hermana y la noté sumamente angustiada por la situación. Además me enteré de que mis sobrinos estaban atendiendo sin mascarilla ni camisolín. Como la Asociación Odontológica Argentina nos había avisado a todos los profesionales que dejáramos de atender porque al no contar con máscaras, dentro de la comunidad médica éramos los que más peligro corríamos de contagiarnos -y por ende convertirnos en killers-, les di todo a ellos. Fue ahí donde dije: “Yo no me puedo quedar acá de brazos cruzados. Hay gente que se está exponiendo todos los días”.
Fue entonces que mandó un mensaje de whatsapp al grupo que tiene con tres amigas, una de ellas la contactó con otra, esa otra con otra y así se terminó formando el grupo "Unidos por Pinamar". "En una semana ya tenemos un grupo de más de cuarenta cosedoras", señala emocionada. ¿Cómo consiguen los materiales? "Primero me contacté con un conocido, dueño de una sedería, que la tenía cerrada. Le pedí que me armara paquetes con el equivalente a cinco metros de tela, con una bobina de hilo, y diez metros de tela con otra bobina de tela. Un paquete tenía un precio de 500 pesos, otro tenía un precio de 1000. Entonces ahí les mandé mensajes a todos mis contactos telefónicos, incluidos pacientes, contándoles mi proyecto y dos links con dos botones de pago: uno por 500 y otro por 1000. Así logré más de 50 donaciones, 50 bolsas, no sé, 800 metros de tela, y 50 bolsas con paquetitos de tela e hilo. Después necesité comprar 8 rollos a una papelera y le dije a una de mis amigas que se encargara de conseguir 22.300 pesos. Todas las personas que me iban llamando, se fueron contactando con ella y así pudimos juntar ese monto. Y la ferretería Jorgito nos donó de 12 cm de alambre.
En cuanto a la logística, la odontóloga señala: "Como nos empezábamos a pisar con las tareas, se me ocurrió armar tres puntos de encuentro, sin que nadie se contacte, para que retiren los materiales y luego dejen los barbijos y camisolines confeccionados. Uno es en mi casa, y los otros dos en la de dos cosedoras, una de Ostende y otra de la zona B5. Ponemos un cartel y una mesa desinfectada en la puerta para hacer los trueques sin correr riesgo".
Con respecto a la confección de los barbijos y los camisolines, aclara que están supervisados por la infectóloga del Hospital de Pinamar, la Dra. Sofía Bastons. Sus instrucciones fueron: trabajar en mesas desinfectadas, con manos y tijeras desinfectadas. El barbijo necesita tres elementos para su confección: una tela de friselina, que tiene que ser doble (una capa exterior y una capa interior), con dos tiras -no elásticos- dos superiores y dos inferiores y un alambre. Y los camisolines se confeccionan con friselina e hilo. "Una de las chicas del grupo armó un molde y se lo envió a todas las cosedoras por mail. También fuimos mandando videos caseros de cómo se hacía.
"Ahora también tenemos una cortadora, quien además junto a su marido ofrecieron su taller".
Por su parte, Marcelina Anthauer, conocida como Marcela, cuenta su experiencia como costurera de este proyecto solidario: "Me mandaron un mensaje diciéndome que necesitaban costureras para colaborar con los barbijos y camisolines. Primero arrancamos tres, una de ellas mi sobrina, quien desde que se levanta hasta que se va a dormir, confecciona camisolines. Yo además de armar los de este proyecto, compro por mi cuenta friselina y hago barbijos para conocidos que los necesiten. Por ejemplo, mi hija que es policía (en este momento con licencia por maternidad), les regaló algunos a tres colegas que están siempre en las calles. Esos los hago de mi bolsillo. Mi marido me compra todos los días un metro de friselina y un hilito. Son 100 pesos. De ahí saco un montón".
Fotos: Gentileza de las entrevistadas. Agradecemos a Hugo Sepe por su colaboración en esta nota.
