El director y protagonista de la obra Por el nombre del padre (Picadilly) nos abre las puertas de su casa –“el mundito”–, que comparte con sus cuatro perros. Íntimo, hablará de una “pasión animal” que comenzó recién a sus cincuenta años gracias a Cris Morena, “la persona que cambió mi vida para siempre”.
"Ojalá toda la gente tuviera perros, porque son mágicos”, dice Pepito Cibrián (73) desde la comodidad del sillón que tiene en su cuarto. “Así estoy siempre, con ellos a mi lado”. Se refiere a los cuatro protagonistas de esta producción: Drácula, Quijote, Paul y Albino, a quien adoptó de un refugio. “Cuando entré, me seguía con la mirada y dije: ‘Es éste’”, cuenta. A simple vista, uno pensaría que el amor por los animales lo acompañó toda la vida. Sin embargo, Pepe dice haber descubierto esta pasión recién a los cincuenta años, “y gracias a Cris Morena. ¡Ella me cambió la vida!”. Relata que hasta entonces se había resistido a tener perros porque no les podía dedicar el tiempo necesario. “Yo tenía una casa en Punta del Este y era vecino de Cris. Un día me invitó a desayunar y me preguntó si quería un Weimaraner como el que tenía ella. Le respondí que no. Intuía que yo necesitaba cubrir esa parte emocional... A los siete días me llamó su secretaria y me hizo la misma propuesta. Volví a decirle que no, muy agradecido. A la hora me llamó Cris y me citó a las 9 de la mañana del otro día en el aeropuerto. Llegó con un cachorro y me dijo: ‘Esto es para vos, hacete cargo’. Lo bauticé Conde, por Drácula. Ahí empecé a enamorarme de los perros”.
Así comenzó a andar sobre un camino de ida. “¡Sí! Al punto de llegar a tener doce acá en mi casa. Hasta que me quedé con cinco. Bueno, ahora tengo cuatro, porque hace unos cuatro meses Totó falleció en mis brazos. Junior, que fue mi gran compañero de vida y murió hace dos años, está en una cajita en mi mesita de luz. Los demás están en diferentes lugares de la casa. Todos fueron cremados. Siempre pido que al morir, me cremen, mezclen mis cenizas con las de ellos y las depositen en un lugar en el que sepan que jamás se construirá nada. Por eso no quiero que sea en mi casa, porque la tengo en venta. Y en el mar tampoco, porque voy a tener frío” (risas).
“Ellos son mi mundo. Al que no le guste, que no venga”, sentencia el director de teatro. Y agrega: “El día que se me vayan yendo, seguiré buscando perros de refugio. Quiero seguir adoptando”. Sigilosamente ingresa Drácula, un ovejero alemán blanco que le regalaron hace diez años y que sólo se animó a posar en un par de fotos. Se acomoda al pie de la cama y nos mira, al igual que los demás. “Él es muy tímido. Le cuesta estar con gente. Seguramente sufrió mucho de chico”, explica.
Pepe subraya: “A ellos les gusta estar donde esté yo. Tienen un gran parque aquí en mi casa, pero casi no lo usan”. Respecto a si lo acompañan al teatro, Cibrián cuenta: “Junior siempre venía. A Quijote a veces lo llevo. Se queda en la platea mirando los ensayos. Se porta bárbaro. Los demás son demasiado inquietos”. ¿Y a la hora de dormir? “¡Todos a bordo! Distribuidos como podemos a la largo de la cama. Excepto Drácula, que prefiere quedarse al costado de la puerta. Yo los considero familia. Definitivamente, son necesarios para mí. La verdad, no imagino la vida sin ellos”.
Fotos: Fabián Uset. Producción: Gigi Viappiani.