“Pobreza es sinónimo de sufrimiento”, sentencian Heriberto Roccia (29) y Sol Scheurer (30), hondamente interpelados por el dolor ajeno. Conocieron las consecuencias del hambre hace unos años cuando visitaron un paraje perdido de Santiago del Estero y decidieron hacer algo para cambiar la realidad.
Aunque empieza a hablar con estadísticas: “Uno de cada dos niños es pobre en Argentina”, enfatiza y agrega: “Acá se producen alimentos para millones de personas. ¿Cómo puede ser que haya hambre?”. Sin embargo, en pocos segundos Heriberto Roccia cambia de tono y revela la verdadera razón que lo mueve: no son los números -alarmantes, es cierto- sino las personas. “Estuvimos un mes en Weisburd y a la vuelta teníamos nombres concretos, rostros. Conocíamos la historia de Román, de Rodrigo, de Juan… De cada una de las familias a las que habíamos ido a visitar. Ahí supimos que para erradicar la desnutrición teníamos que dar lo más preciado que teníamos y lo más preciado es el tiempo”, dice.
Conoció a Sol Scheurer mientras ambos estudiaban en la universidad: él para ser contador y licenciado en administración de empresas; ella, agronomía. Formaban parte de un grupo de jóvenes y tenían la intención de viajar a África, para conocer la obra de Pedro Opeka (un argentino radicado en Madagascar y conocido por su lucha contra el hambre y la pobreza) y hacer voluntariado allí. Un amigo de Río Cuarto, de donde son ambos, les sugirió ir primero a “algún lugar de Argentina donde hubiera alta vulnerabilidad social para conocer cómo son los lugares donde no hay recursos básicos, acceso a la luz o al agua, situaciones de monte”.
Así fue como en 2014 se instalaron durante un mes -junto a 8 amigos- en una casa del Obispado de Añatuya en Weisburd, un paraje a unos 50 kilómetros de Quimilí (localidad situada a 200 kilómetros de Santiago del Estero). “Una mañana juntamos a los niños, les repartimos globos de colores y les pedimos que se dividieran en grupos según el color de los mismos. Se quedaron mirándonos: no entendían la consigna”, recuerda y sigue: “Cuando hablamos con las docentes nos dijeron que muchos de los niños llegan hasta segundo o tercer grado y después pasan a una escuelita especial porque tienen problemas de aprendizaje. Esto nos llamó mucho la atención. Y nos contestaron que muchos nacían así, con problemas”.
“La desnutrición genera debilidad mental y esto ocurre durante los mil primeros días de vida. Es un período crítico para el cableado neurológico. Hace falta una buena alimentación y un estímulo afectivo para que el cableado se pueda dar”
Heriberto Roccia
Sol y Heriberto tienen muy presente lo fuerte y frustrante que fue esa primera experiencia. “Volvimos a nuestras rutinas, pero nos dimos cuenta de que nuestro corazón se había quedado ahí. Pensábamos cómo hacer para volver en julio con algo que sirviera para hacer frente al hambre”. En esa época llegó a sus manos Desnutrición, el mal oculto, un libro escrito por el chileno Fernando Mönckeberg y el doctor Abel Albino, ambos especializados en desnutrición. “Cada capítulo describía lo que habíamos visto: problemas de aprendizaje, faltas de socialización, deserción escolar. Empezamos a meternos cada vez más en el tema de la desnutrición”, cuenta Heriberto.
Vuelve al tono académico y afirma: “La desnutrición genera debilidad mental y esto ocurre durante los mil primeros días de vida. Es un período crítico para el cableado neurológico. Hace falta una buena alimentación y un estímulo afectivo para que el cableado se pueda dar”. Este fue el empujón final que necesitaban Sol y Heriberto para dar un giro en su vida: se mudaron a Quimilí y crearon Dignamente, una ONG creada para combatir el hambre. “Hacía falta una transformación de raíz, decidimos construir un centro de nutrición infantil que realizara un abordaje integral del problema”, dice.
Tenían un edificio (la misma casa que les habían prestado cuando fueron por primera vez a Weisburd) y la certeza de que el problema necesitaba un abordaje urgente y en red. Contrataron profesionales: nutricionista, pediatra, psicopedagoga, psicóloga, fonoaudióloga, trabajadora social, talleristas y maestras jardineras. Heriberto y Sol sostienen que el programa podría ser replicado para combatir la desnutrición infantil en otros espacios vulnerables. “Los niños están en programa aproximadamente un año, que es el tiempo en que un hogar en estado de indigencia, asistido por la fundación, logra adquirir nuevos hábitos que le permitan hacer frente a diferentes situaciones”, detalla y sigue: “Erradicar el hambre es un tema complejo, no se soluciona simplemente con comida o transferencia de recursos. Un hogar que pasa hambre probablemente no puede generar recursos genuinos, no tiene acceso a la salud y no cuenta con recursos básicos como luz, agua o infraestructura edilicia”.
Agrega la educación como factor clave y la necesidad de involucrar a todos los miembros de la familia. “Cuando un niño ingresa al programa, se diagnostica al hogar en salud, educación, trabajo, estado de la vivienda. Por un lado se trata la desnutrición y por otro se educa a la madre y al padre que son los principales agentes de salud del niño. Si lo precisan, acceden al programa de alfabetización; si no generan recursos genuinos, participan en el programa de oficios o al de agricultura familiar”, relata.
“Creemos que la pobreza se va a erradicar con diagnósticos certeros, precisos y seguros. Queremos compartir a la sociedad los protocolos de intervención para incidir en las políticas públicas”.
Heriberto Roccia
Sol y Heriberto creen que más allá de todo, “las madres se acercan al centro porque necesitan el espacio de contención, alguien que las escuche, un abrazo. La pobreza es sufrimiento”. Con esta perspectiva implementaron el rol de acompañante familiar: una persona que genera vínculo con cada integrante del clan. “La familia le abre las puertas y en ese diálogo cercano puede visualizar los factores de riesgo que hay que mejorar”, afirma.
Hoy, Dignamente tiene tres centros en Quimilí, Weisburd y Campo Gallo. Además, asiste a familiar de Campo Gallo con tratamientos nutricional itinerante. Además, tienen previsto inaugurar en los próximos meses un hogar de recuperación para desnutridos graves que realizaron con apoyo de la Embajada de Australia. “Nos mueve el sueño de un país grande, donde no haya personas que sufran”, concluye Heriberto.
Juntos, a la par... contra el hambre
“Necesitábamos dinero para abrir el centro de nutrición infantil en Weisburd: teníamos que contratar profesionales que trabajaran full time. Hacía un tiempo que estábamos de novios y queríamos formar una familia así que decidimos casarnos: les dijimos a nuestros amigos y familiares que el regalo que queríamos era que se sumen como padrinos de Dignamente. Teníamos personería jurídica y con esa movida conseguimos una gran base. Necesitábamos que esto fuera sustentable”, comentan. “Nos casamos el 22 de abril de 2017 y nos instalamos en Quimilí”, rematan.
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