Convocado por Martin Scorsese, tuvo a cargo los “rejuvenecimientos” de Al Pacino, Robert De Niro y Joe Pesci en El irlandés. Radicado hace cuatro décadas en los Estados Unidos, ¿será la vencida su tercera nominación en el rubro Efectos especiales?
Hace tres, cuatro años que no duermo, y esta oficina pueda dar fe”, dice entre risas y un café. Son las 9 de la mañana en punto en Presidio, California, y Pablo Fernando Helman exagera –“aunque poquito”– desde su escritorio de Industria Light & Magic San Francisco: un complejo que supera el millar de empleados y que, apenas The Walt Disney Company le adquirió a George Lucas –el 30/10/12 y por cuatro mil millones de dólares–, extendió sus dominios a Londres, Vancouver, Sidney y Singapur…
Pero volvamos al centro de operaciones del entrevistado, distante veinte minutos de donde reside con su esposa Donna (60; estadounidense, docente) y su hijo Alexander (26; trabaja a escasos metros, sobre el mismo piso: formo parte del team de Episodio IX: El ascenso de Skywalker). “Luego de que rodáramos 108 días en Nueva York –puntualiza Helman sobre la cinta filmada en 35 mm, a lo largo de 117 locaciones y con 1.710 tomas de efectos y 319 escenas–, me instalé acá como parte del equipo de quinientas almas que hizo posible la película”, agrega sobre la historia –verídica– de gángsters del siglo pasado, que costó 159 millones de billetes verdes, se estrenó en 57 salas argentinas y en Netflix, dura 209 minutos y lo acerca por tercera vez a la antesala de los Oscar.
–Hablenos ahora de la tecnología creada que “hizo posible” retrocederle el tiempo a Al Pacino, Robert De Niro y Joe Pesci, tecnología de la que habla el planeta…
–Todo nació una noche en China. Yo venía trabajando con Scorsese en el largometraje reflexivo Silencio. La noche de Acción de Gracias cenamos frente a frente. Empezamos a hablar de cine, lógico. Hasta que le comenté que había escuchado su intención de comandar una biografía sobre Frank Sinatra, y me ofrecí a rejuvenecer a La Voz. “Contame cómo”, curioso, se interesó. Le expliqué, y me sorprendió: “Mira, hay algo que deseo consumar hace una década con actores viejos. Te paso el guión (160 páginas; de Steven Zaillian), y me das tu opinión”. Y pronto lo envió por mail.
–¿Durmió, Pablo?
–(Risas) A la mañana le contesté: “Si me dejas, estoy adentro”. Y aceptó. Como en el elenco sólo figuraba De Niro, llamé a ILM y arreglamos una prueba con Robert recreando una escena de Buenos muchachos (1990, también de Scorsese), llevándolo de los setenta y pico de años a los cuarenta y monedas. Diez semanas después, Martin salió a buscar el dinero. Decidido el cast, me anticiparon de repente que ¡ni los intérpretes ni el director querían que marcara las caras ni usara gorras de goma para imprimir los efectos encima! “Llama cuando lo resuelvas”, desafiaron mi orgullo y nuestra inspiración. E inventamos una cosa rarísima…
–… Labor que marcó un mojón el 3 de noviembre, en la 23ra. entrega de los Hollywood Film Awards, que inició la temporada internacional de premios: entre tres recibidos por The irishman, usted se llevó el del rubro Efectos visuales.
–Sucede que lo que realizamos abunda en innovación. Es genial ser reconocido, aunque el premio mayor es lo que aprendiste. No obstante yo, que estuve dos veces nominado al Oscar y sé que es súper difícil que todas las estrellas se alineen, siento que este filme es, gracias al talento de los actores y la capacidad del director, como una ola que crece sin revelarnos hasta dónde nos llevará. Hay una ola, y puede ser que en cierta manera seamos parte de ella. Uno nunca se levanta las 4:30 AM para llegar tarde.
–Compartió set con Steven Spielberg, Lucas y M. Night Shyamalan; casi aluniza con Tom Hanks y la Apolo 13; rescató al soldado Ryan; ayudó a Tom Cruise, Indiana Jones y Terminator a salvar el planeta; salió airoso de Jurassic Park; animado por Scorsese, rejuveneció a las stars en cuestión… ¿Le queda algún sueño por cumplir?
–Probablemente los próximos cinco, diez años me jubile. Ojo, antes, si es posible en breve, pretendo visitar la Argentina –transcurrió un lustro de mi último retorno–, para dar alguna charla y abrazar a mi hermana Nancy (su padre Norberto, siquiatra, falleció; y su mamá Ruth, 86, dietista, y su otra hermana menor, Marcela, viven en Israel). Hace cuatro décadas que estoy en los Estados Unidos, y el tiempo ha volado. Si bien aún conservo las botas que me calcé en el Ochenta –cuando llegué pensando en estudiar música–, ya me saqué el bigote y abandoné los pantalones campana. Hubo momentos maravillosos y malas experiencias…
–No contestó la pregunta…
–¿Sueños? (suspira) Siempre. Ocurre que para saberlo, primero hay que ir a dormir. Y yo no lo hago desde hace cuatro años.
Fotos: Cortesía de P.H., ILM y Netflix, y Archivo Editorial Atlántida.
Agradecemos a Chris Hawkinson (Skywalker Sound/ILMxLAB)