El actor viajó a Puerto Madryn para participar de la acción que Greenpeace desarrolla con su barco Esperanza para protestar contra la depredación del ecosistema del Mar Argentino y apoyar la declaración del Tratado de los Océanos. Plenamente identificado con la causa, aquí cuenta cómo se hizo ecologista desde que era mochilero y por qué su hija Eloísa, de 11 años, se hizo vegetariana hace dos. También, la huella que dejó el ACV que sufrió hace cuatro años y cómo vivió el nacimiento del hijo de su ex pareja, Eva de Dominici.
" Estos uniformes tienen su historia. Los veo y me puedo imaginar cosas”, dice Joaquín Furriel (45), y retira con respeto, de una percha, un mameluco naranja que denota el uso en muchas batallas para cuidar el medio ambiente. Está a bordo del buque Esperanza, de Greenpeace, a punto de comenzar la campaña Protejamos el Mar Argentino, en protesta por la depredación de las aguas y los recursos del océano Atlántico. Es socio de la institución con base en Holanda: “Por poco o mucho que parezca, el gesto de aportar es importante”. Llegó a Chubut desde Uruguay, donde filmó parte de su nueva película, El año de la furia, y en una semana debe estar en España para continuar el rodaje junto a Maribel Verdú. Pero aquí, en Puerto Madryn, su presencia cobra –descubrió– un significado más profundo.
“Vine de mochilero a los 16 años, en el ’90, con el pelo largo y un medallón grande que decía ‘Salven a las ballenas’”, cuenta después de la cena a bordo. “Y luego, para interpretar a Beto Bubas, el guardafauna que escribió la historia en que se basó la película El faro de las orcas, también junto a Maribel”. Precisamente con este hombre –que entabló una relación única con las orcas, por ejemplo– se reencontró en el buque y recorrió la Península Valdés para embarcarse y ver las ballenas. “Aprendí mucho con él. Una de las cosas que me dijo es que está en contra de que existan reservas naturales. Como si nosotros, si no existieran, fuéramos destructivos con esa área”, explica.
Por supuesto, para llegar hasta aquí debió viajar en avión. Fue en ese medio donde sufrió un ACV hace ya casi cuatro años. Ese episodio, asegura, dejó apenas una leve huella: “Siempre traté de estar pendiente de los miedos. Los grandes problemas que tenemos son por nuestros temores, que nos llevan a hacer cosas no conducentes. Y ese miedo a la finitud lo perdí. Puede ser que cuando me despierto después de dormir en un vuelo largo registro que mi cuerpo esté bien. Pero es un momento. Ya pasó, y fue una gran lección”.
No es la primera vez que el actor se involucra con la organización ecologista. Ya había participado en las acciones que se hicieron contra la desaparición de los bosques nativos, hace dos años. Pero desconfía de que el solo status de “famoso” sea condición suficiente para poner la cara y hablar en nombre de esta causa: “No creo que uno, porque sea actor o conocido, tiene el pasaporte para hacer campañas de este tipo. En mi caso, no me involucré hasta que me convocó emocionalmente. El primer paso hacia esta zona de comunicar cosas con las que estaba de acuerdo lo di cuando hice Teatro por la Identidad. Después, con la película El patrón, establecí un vínculo con la Organización Internacional del Trabajo”.
–¿Cuándo se despertó en vos la conciencia ecologista?
–Cuando empecé a viajar como mochilero aprendí a ser responsable. Que no es sólo cuidar el medio ambiente, sino también respetar la idiosincrasia de cada lugar. La primera vez que visité Europa, y vi que separaban lo orgánico de lo inorgánico de manera consciente, me empecé a dar cuenta de que había que apuntar en esa dirección. Y me puse más exigente. Esto no es sólo para proteger el planeta, sino para salvarnos como especie. En las películas, el futuro es siempre apocalíptico, como si la destrucción fuera inevitable. ¿No podemos ser de otra forma?
–¿En qué te hiciste consciente en el día a día?
–En mi vida cotidiana hay un montón de situaciones que no son ecológicas, y tengo que lidiar con eso. Pero, por ejemplo, tengo un auto híbrido. Y no está comunicado que un vehículo así no paga patente, no sé por qué. No soy vegetariano, y aunque no como carne todos los días, entiendo que la ganadería es uno de los principales conflictos medioambientales. Pero como menos. Uno puede ir regulando algunas cosas. Mirá qué sucede con la comida acá: como en todos lados, es increíble lo que tiramos. Va a los basureros, es el alimento de la gaviota cocinera, que se reproduce tanto y sin control, y termina atacando a las ballenas.
–Una suerte de efecto mariposa.
–Exactamente. O lo que nos convoca hoy acá: el Tratado de los Océanos, que se intenta llevar a cabo para proteger los santuarios marinos. Si te gusta la merluza negra, por lo menos tenés que saber que su consumo pone en riesgo un ecosistema... Pero está bien: en una época, los tapados de piel estaban aceptados, y hoy no. Hay más conciencia.
–Como el uso del celular en los más chicos: nacieron con eso.
–Claro, está en su ADN. Se habla en los colegios, como de reciclar o consumir conscientemente, que incluye también la ropa. Las nuevas generaciones me dan mucha expectativa. Entienden más, y las redes sociales hacen que ningún medio de comunicación les pueda torcer esas ideas. Lo noto con mi hija Eloísa, de 11 años, que es vegetariana desde los nueve, ¡cuando sus padres no lo somos!
–Incluso fijate la edad de la activista Greta Thunberg, que tiene 16, o la de Bruno Rodríguez, el chico argentino que habló en la ONU, de apenas 19...
–No sé si te pasa, pero cuando escuchás a un chico o a un adolescente, no tienen la contaminación especulativa del mundo adulto. Yo a esa edad también era romántico, pero la diferencia es que esta generación no lo plantea como algo romántico: las inundaciones, el calentamiento global, todo eso es evidente.
"Me dio felicidad el hijo de Eva”
“No me sorprendió que Eva (de Dominici, su ex pareja) me contara primero que a los demás sobre su embarazo –cuenta Joaquín–. Cuando tenés encuentros en la vida, por algo se dan. Hay cosas para aprender del otro, y viceversa. No poder seguir creciendo en una relación no significa más que eso: hay que dejar que el otro lo siga haciendo, y vos también. La noticia me puso contento. Eva me habló de sus ganas de tener la experiencia de vivir en Los Ángeles y la estimulé a hacerlo, la acompañé. Ella está bien. Eduardo (Cruz), su pareja, vive allá y eso es muy bueno. Es español, parte de una familia de artistas. A mí me da la misma felicidad que la madre de mi hija (Paola Krum) e Iván (Espeche, su pareja) se lleven tan bien y se acompañen, y que mi hija conviva con los hijos de él... ¡Así que vamos para adelante con todo!”, cierra feliz.