"Príncipe Rainiero III, muerto en el año 2005 de nuestro Señor." (Lo que dirá
su lápida)
A Rainier Louis Henri Maxence Bertrand Grimaldi, o
Rainiero III, Príncipe Soberano de Mónaco desde 1949 y su Serenísima Alteza, la
serenidad se le derrumbó un poquito en 1955, cuando un grupo de actores y
actrices que andaban por el festival de Cannes se fueron para sus dominios.
Entre ellos, Grace Patricia Kelly, que en ese momento era la musa total de
Alfred Hitchcock. Estampa gélida, rubia finísima, que había estado ahí un año
antes, filmando To catch a thief, conduciendo en una escena por la Moyenne
Corniche, una linda ruta panorámica. Rainiero ve a Grace, y se encanta. Bueno,
se encantan. "Si vienes a los Estados Unidos, me encantaría verte", le dijo
ella. El va, se aman, se piden casamiento para después casarse, el 19 de abril
de 1956 en la catedral de San Nicolás, que fue algo fastuoso. Ella deja el cine
para ser princesa. Tienen tres hijos, vida tan fotogénica como idílica. 14 de
septiembre de1982, Grace muere, manejando su Rover en la Moyenne Corniche. En un
accidente junto a su hija Estefanía, que sonó confuso y lo sigue siendo.
Rainiero se fue apagando de a poco, en su principado tamaño pocket de doscientas
manzanas, que erigió de un peñón de nada a un imperio de mucho.
El último 7 de marzo, Rainiero es internado, con un diagnóstico pesimista; en
los últimos años su salud había entrado en una pendiente interminable. En el
Centre Cardio-Thoracique de Mónaco, por donde el príncipe ya había pasado unas
cuántas veces, la policía rota a los fotógrafos por quince minutos cada dos
horas, para que retraten las idas y venidas de sus hijos y nietos en limousines
negras. El pronóstico es reservado, un eufemismo. Una infección bronco-pulmonar
que se suma a otros problemas renales y cardíacos. Esto viene de años. Y ahora
termina. Por la madrugada, Rainiero muere. Esto fue el miércoles 6 de abril. El
príncipe tenía 81 años.
Están las banderas a media asta, las necrológicas en los diarios, los líderes
del mundo que dicen que ha muerto un gran hombre, las exequias en la capilla del
palacio monegasco y la inminente sepultura, en la Catedral de San Nicolás, que
serán el viernes 15 de abril, justo al lado de su esposa, en el mismo lugar
donde se casaron, donde el príncipe la veló. Lo que le corresponde a un
soberano. Están, también, sus páginas. De amor, de unas cuantas sombras, de
poder, dinero, familia, de cómo son las cosas cuando la función oficial se
termina. El entreacto. Lo que le corresponde a un soberano.
Para eso lo prepararon: para la soberanía. El hijo de la princesa Charlotte y el
conde Pierre Polignac fue todo un proyecto desde que nació en Mónaco mismo, el
31 de mayo de 1923. Lo mandaron a los mejores colegios -Summerfield y Stowe en
Inglaterra, luego Le Rosey en Suiza, para unos toques de refinamiento-, cursó
Letras en Montpellier, y Ciencias Políticas en la Universidad de París. Después,
a las trincheras. Año 1939, Segunda Guerra Mundial, en el Segundo Cuerpo de la
Armada francesa, en la Campaña de Alsacia. No tiró muchos tiros, pero igual le
dieron medalla: Cruz de Guerra con Estrella de Bronce. En 1949, muere su abuelo,
el príncipe Luis II. Su madre abdica en su favor. Rainiero sube al trono.
Setecientos años de reinado Grimaldi seguían seguros. Después, llegaría Grace.
Están sus tres hijos. Carolina, nacida en 1957, la que en términos reales mejor
le anduvo. Tras un traspié matrimonial con monsieur Philippe Junot -profesión
playboy, mucho mayor que ella-, y que requirió Sacra Rota del mismísimo Papa, se
casó con Stefano Casiraghi, empresario italiano, que le dio tres hijos -Andrea,
Pierre y Charlotte-. En 1990, Casiraghi muere en un accidente de motonáutica
frente a las costas de Cap Ferrat. En 1999, la princesa viuda reincide en el
matrimonio con Ernst von Hannover, con quien tuvo una hija, Alexandra. Luego,
Alberto, en 1958, que le gustaba (y le gusta) la buena vida y nunca tuvo hijos.
O Estefanía, en 1965, siempre medio rebelde, con su tira de novios, amantes y
esposos, que Rainiero jamás aprobó, porque no eran príncipes o muchachos de
buena estirpe y buen pasar, sino bon vivants, guardaespaldas o domadores de
elefantes. Ciertamente, no eran material para el principado. Y un dolor de
cabeza para Rainiero. Esa siempre fue la cruz interna de Estefanía: que papá le
diera el OK.
Es decir, siempre se habló de la maldición Grimaldi. Así como los padres de
Rainiero terminaron en divorcio, y Grace Kelly en la capilla de San Nicolás,
ninguno de sus hijos encontró la felicidad -o la estabilidad- definitiva. Habrá
que recordar a Daniel Ducruet, el primer marido de Estefanía, y su
guardaespaldas, que le dio dos hijos, Pauline y Louis. Todo se fue por la borda,
cuando un buen paparazzo lo pescó bastante cachondo y bastante desvestido con
una stripper belga, y la lista de amores que lo precedieron, o lo continuaron,
como el también guardaespaldas Jean Raymond Gottlieb, con quien tuvo a Camille.
Ninguno muy feliz que digamos. Rainiero, con ellos, tampoco era muy feliz. Mucho
menos con la muerte de Casiraghi, el único yerno con el que tenía onda. O el
hecho de que Alberto jamás se casó a pesar de amores con supermodels como Naomi
Campbell o Tasha de Vasconcellos, y fiestas por todo el mundo. Bueno, algunos
dicen que es gay. Y es un punto brutal: si Mónaco no produce un heredero al
trono, es decir, si hay un vacío de poder, el principado pasará a manos de
Francia. Por eso, en 2002, Rainiero redujo la edad para acceder al trono a los
18 años pensando en su nieto Andrea. Este sería el futuro príncipe soberano, a
pesar de que no nació de un matrimonio católico, sino de las segundas nupcias de
su madre Carolina.
En algún lado, lo sentirá mencionar como el Príncipe Constructor. Y no es
falacia. A ver: Mónaco tiene 1,95 kilómetros cuadrados. En el mapamundi, es algo
que se ve con lupa. Con apenas diez años de corona, ya había comenzado a avanzar
sobre el mar, y había erigido 90 mil metros cuadrados de edificios industriales,
diez o doce pisos cada uno. Ahí se alojan las empresas, y de ellas,
primordialmente, viene la plata de Mónaco. Más adelante en el tiempo, lujos como
el Forum Grimaldi -240 millones de euros de costo-, con cimientos a veinte
metros bajo el nivel del mar, escenario inmenso, salas de conferencias y
exposiciones, etcétera. Otra alucinación: el puerto Hercule, 350 millones de
euros, y uno de los pocos de aguas profundas de la Costa Azul, con capacidad
para atracar esos inmensos yates que andan por ahí.
Construyó en ladrillos, y construyó en capital, o en mitología. En sus 56 años
de principado, Mónaco pasó a ser una de esas cosas que se saltean en clase de
Geografía al punto supremo de lo refinadamente fabuloso. Bastante más que buen
gusto. Pregúnteselo a la ruleta del Casino de Montecarlo. O a su inmobiliaria
amiga: de 7 mil a 25 mil euros el metro cuadrado. ¿Volumen de facturación en
negocios? Más de 9 mil millones de euros en el año 2003. En 1975, medio millón
nomás. Atraer negocios: su idea primigenia. Y lo hizo. Ese es el efecto
Rainiero. De constructor de caudales, la mítica asociación Societé de Bains de
Mer, con Aristóteles Onassis. Después, cuando se calzaba la bufandita rojiblanca
para alentar al AS Monaco, era otra cosa, bien de hincha, y el léxico
correspondiente. Más tranquilo y oficial, en el Baile de la Rosa, a beneficio de
la Cruz Roja, o el Circo de Montecarlo, los grandes eventos anuales del
principado, además del Abierto de Montecarlo -que dos veces ganó Guillermo
Vilas, 1976 y 1982, Alberto Mancini en 1989 y Guillermo Coria, 2004- y el Grand
Prix de Fórmula 1 -lo ganó Lole Reutemann, 1980-. Ahí, Rainiero era Rainiero. El
jefe.
Después de Grace, había muchos amores: la caza, la pesca, su yate, el Stalca, la
oceanografía, las migrañas que lo acosaban desde chico, el desprecio a las
fiestas y los fotógrafos, la filosofía, su gata Tiffany, su perro Onyx, las
horas de lectura, el zoológico con tigres y orangutanes, su desprecio a los
fotógrafos, etcétera. Y Grace, el fantasma que siempre quedó. Está su retrato en
el palacio. Ella, en los últimos años, se había aburrido de la vida de palacio.
Pintaba, hacía ikebana, soñaba con volver a actuar. Al principio, a Rainiero y a
Grace les convenía. Ella tenía un hombre que sus papás acaudalados de Filadelfia
podían aprobar. Y él, una actriz hermosa que le diera un heredero. Salvador
Dalí, por 250 mil dólares, les montó una boda de fantasía. Después los hijos,
las miles de fotos, las vacaciones en Gstaad, el amor sin dobleces. En 1981, en
lo de Frank Sinatra, en Las Vegas, festejaron sus bodas de plata, con velouté de
espárragos, torta y Cary Grant. Ella una vez dijo: "Rainiero es el que piensa
todo. Decidió hacer de mí una auténtica soberana con su gracia, su paciencia y
su comprensión". El dijo: "Grace me ha dado el coraje de perseverar siempre, ha
llenado nuestra casa de serenidad, de equilibrio". Príncipe y actriz princesa,
con sus hijos, con la corona. Algunos idilios no son tan simples.
Rainiero murió. Su hijo Alberto, a los 47, ocupa su lugar. Ya de chiquito sus
padres le explicaron que algún día eso pasaría. A los 16, presenció su primera
sesión del Consejo Nacional, la sección legislativa del gobierno monegasco. Se
graduó con honores en Ciencias Políticas, en el Amherst College de
Massachussets. Tuvo changas en una librería, o como repositor en un local. Y de
ahí, fue prepararse. Mucho se dijo de Alberto, de que no daba la talla para el
trono. Primero dudaron de su sexualidad, después de que andaba demasiado de
playboy con mujeres hermosas, al final que era un solterón por conveniencia que
ni quería formar familia. Ahora, es su turno de demostrar. Alberto dice: "Si
nunca dudé de mi futuro como príncipe soberano es porque sabía cuál era mi
deber". Andrea, el hijo mayor de Carolina, es el Príncipe Heredero, el próximo
en línea, después de que su madre declinara su derecho al trono.
El viernes 15 Rainiero irá a las paredes de la catedral de San Nicolás. Será al
lado de Grace, donde se vieron por última vez. La mujer del retrato, que está en
el palacio. La única mujer que amó.
Grace, Rainiero, Carolina, Alberto, Estefanía. Tres décadas atrás. Gstaad, Suiza, donde iban habitualmente a esquiar. Postal de la felicidad perfecta, cuando la muerte todavía no se había cruzado en sus vidas.
La boda de Grace y Rainiero fue el 16 de abril de 1956, en la catedral de San Nicolás, Mónaco, tras un romance relámpago. El la vio, se encantó, y la llevó al altar a los pocos meses.