“Por primera vez, desde mi presente de amor, me animo a hablar de mi triste pasado” – GENTE Online
 

“Por primera vez, desde mi presente de amor, me animo a hablar de mi triste pasado”

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The One. Llega primero su perfume, más tarde, ella. Hoy huele a The One, la fragancia de Dolce & Gabbana. Gabriela Bo (28) tiene un método muy personal que asocia estados de ánimo y aromas. “Para la mujer capaz de asumir desafíos y enfrentar sus miedos, The One”, aconseja en una frase bien publicitaria. “Soy muy de los olores, tengo un perfume por cada época de mi vida. Guardo los frascos pero nunca vuelvo atrás…”, remata.

Hace cinco años que no presta su cuerpo para una producción fotográfica y por fin se anima. En ese tiempo se casó y se separó de Cristian Castro, se alejó de los miedos y guardó en silencio las verdaderas razones de aquel divorcio. Prefirió, como con los perfumes, no estancarse en el pasado. Viene de transitar sin escándalo su participación en Bailando por un sueño: “Mi objetivo fue mostrarme y decir: ‘Aquí estoy, tómenme en cuenta’”. Su resurgir le permite ahora considerar alguna propuesta de trabajo para hacer televisión en México o en Paraguay. Mientras tanto volvió a ser la Gaby de siempre: la que atiende su casa, va al supermercado, la que vela por sus hijos (Santiago, de dos años, y Tomás de 7 meses). Pero cuidado, a no confundirse. Hoy eligió The One, el perfume que la estimula a mostrarse y a hablar como no lo hizo antes. Hoy Gabriela huele a “me atrevo a todo”, se despoja de su imagen angelical y así lo hace...

–Comencemos por ShowMatch. ¿Volvés en el repechaje?
–Hoy no lo considero. Tendría que replantear todo un esquema de mi vida, con mis hijos y mi casa. En mi lista de por qué sí y por qué no, pesan más los no.

–Pero hace dos meses, cuando comenzó el programa, valían más los sí, ¿qué pasó?
–Me fascinó estar en el programa, no estoy arrepentida. Pero ya tuve mi oportunidad. La gente decidió que me vaya. Entonces, ¿por qué volvería? Eso sí, sigo trabajando aún más que antes junto a APEBI, la asociación para espina bífida e hidrocefalia por la que peleaba mi soñador.

–¿No será que la rivalidad entre las concursantes fue demasiado?
–No, para nada, hubo cero rivalidad. No soy competitiva. Fui la Kenita paraguaya. La ke-ni canta, ke-ni baila, la ke-ni-talento tiene.

–¿Eso te decían?
–(Risas)Eso decían de Kenita.

–Entonces sí hay rivalidad…
–Conmigo, no. Nunca tuve la actitud de ir a pisar cabezas para llegar lejos.

–¿Las que tienen éxito en este concurso deben demostrar eso?
–Te podría decir que sí, pero tampoco pienso eso. Es una lotería, se tienen que dar muchas cosas. Tener química con el soñador y el coach, ser carismática, lograr popularidad, convencer al jurado. No quise caer en la vulgaridad, ni en lo mediático. Si hablaba de mi divorcio y todo el tema de mi pasado con Cristian (Castro) me quedaba y probablemente hasta la semifinal, si contaba la violencia y el maltrato. Pero no era ni el lugar, ni el momento.

–¿Ahora estás dispuesta a contarlo?
–Lo puedo hablar desde mi vida actual. Desde mi logro de haber dejado todo atrás.

–Escucho, entonces…
–Cristian se cruzó justo en una etapa de búsqueda personal mía. Me deslumbró que su vida fuera lo que yo anhelaba: ser independiente, viajar por el mundo. A él le pasó igual: mi vida tenía toda la simpleza y sencillez que a la suya le faltaba. En ese momento me cerró todo. El era divino conmigo. Estuvimos encantados uno con el otro. Nos casamos, por mi parte al menos, muy enamorada.

–¿Cuándo empezó a no ser divino?
–Cuando nos quedamos solos… (silencio).

–¿En qué empezó a no ser bueno?
–En el día a día. Desde lo más básico. En no tener horarios para dormir, ni para comer. No tener vida social, no ver ni a mi familia ni tener amigos en común.

–¿Cuál era la rutina?
–Hacer todo juntos. No había vida autónoma. Eramos siameses. Vivía la vida a través de la suya. Era ir al trabajo de él, ir a las notas. Debí renunciar absolutamente a todo: a mis sueños, a mis ilusiones, a mi trabajo, a mi familia, a mis amigas, a mi país, a mi comida, a mí música. Y tenía apenas 22 años…

–¿No te dejaba ni elegir qué música escuchar?
–No me dejaba nada. Fui prácticamente como un lunar en el cuerpo de una persona. No tenía poder de decisión, de decir “quiero tomarme una copa de vino”, por ejemplo.

–¿Sugerías una cosa y él decía no?
–No, peor todavía, no me animaba a sugerirlo. Aceptaba esa situación. A mí me encantaba, lo disfrutaba. Aunque llegó un momento en que renuncié a todo. Estaba vacía de sentimiento, de experiencias, vacía de ilusiones y de deseos. Hubo maltrato o situaciones de... No sé cómo decirlo para que no suene grave… La relación fue enfermiza. Hubo situaciones de agresión física y psicológica de parte de los dos.

–¿Agresión física? ¿Te empujó?
–Sí

–¿Te dio una cachetada, te pegó una cachetada?
–Sí, de todo.

–¿Llegó a dejarte marcas en el cuerpo?
–Prefiero no contar tanto. Es una etapa que no quiero negar. Hubo de todo. No me da vergüenza asumirlo. Aguanté todo, pero hoy mi vida es otra cosa. Pasó y gracias a Dios hoy estoy bien, muy bien.

–¿En la demanda de divorcio no hubo acusación de agresión?
–No, nada. Nuestro divorcio fue express. Los dos dijimos basta, no nos sigamos lastimando y listo. Ni me quedé con nada. Siempre tuvimos cuentas separadas mientras vivimos juntos.

–¿Qué circunstancias lo enojaban?
–Cualquier cosa. Un ejemplo: llegaba y me preguntaba: “¿Qué cocinaste hoy?” Papas fritas, le respondía. “Ah! No, a mí no me gustan las papas fritas, me voy a comprar pollo, ya vengo”. Me decía “ya vengo” y desaparecía una semana. Se iba y apagaba el teléfono.

–¿Una semana? ¿Y vos qué hacías...?
–Llamaba llorando a su mamá, a su abuela, a su manager. Nadie me quería decir dónde estaba. Así fue miles de veces.

–¿Y a tu mamá o tus amigas?
–En ese momento no lo conté a nadie.

–¿Dónde iba cuando desaparecía?
–No sé, nunca lo supe.

–¿O no querías saber?
–No quise saberlo... Me la pasaba llorando, no comía. No dormía, rezaba para que vuelva y me sentaba en el balcón a esperarlo, pasaban días y días y no aparecía.

–¿Cuándo hiciste el clic?
–En algún momento le dije: “La próxima vez que te vayas no me ves más la cara”. Pero volvía a pasar y lo perdonaba, entonces se reía de mí. En Navidad hice mi valija y volví al Paraguay. El insistió por teléfono que volviera y así lo hice. Pero nada cambió. Cuando estábamos supuestamente reconciliándonos, un día sonó el timbre; era un policía con la demanda de divorcio ¡y aún dormíamos juntos!

–Ni te anunció su decisión.
–No. Metió la demanda un viernes y el lunes cumplíamos un año de casados. Cuando le pregunté qué era eso, me dijo: “Hice la demanda porque me recomendaron que como estamos tan mal y ya va a hacer un año que estamos juntos y al año justo deberíamos compartir los bienes, entonces mejor, separarnos. Pero eso no cambia nada... Firma el divorcio, dividimos los bienes pero seguimos juntos como siempre y si quieres nos casamos por Iglesia”.

–Y por fin en algo le dijiste no…
–Llamé a Paraguay y comencé a prepararme para irme. Cristian se arrodilló y lloró, pidiéndome que no lo hiciera. Me agarraba de la pierna. “Por favor, no”, me rogó. Entendí que así no me iba a dejar ir. Cuando se calmó, salió a grabar y mientras él no estaba hice un bolso de mano y no una valija, jamás me llevé ni siquiera mi ropa, agarré mi documento y me fui.

–Cuando cerraste la puerta, ¿cuál fue el sentimiento?
–Libertad. Tenía 23 años, ¿qué me hubiera deparado la vida si seguía con él...? En Paraguay, mi familia estaba destruida. Fue una desilusión muy grande. Al principio, mi mamá se quedaba conmigo agarrándome la mano hasta que me durmiera. Por primera vez, desde mi presente de amor, me animo a hablar de mi triste pasado.

–¿Cómo lograste confiar nuevamente en un hombre?
–Gracias a Juan (Redini, su pareja desde hace cuatro años). No quería saber nada con nadie. La primera vez que acepté salir con mis amigas fuimos a bailar y cuando lo vi a Juan, de inmediato sentí: “El va a ser el padre de mis hijos”. Esa primera noche nos dimos el teléfono pero no me invitó a salir hasta dos meses después. Fue justo durante la prueba del vestido de novia de mi mejor amiga y dije: “Dios, es una señal”. Hablamos algo y tampoco hubo propuesta de salida hasta una semana más tarde, que le respondí “no”. Finalmente insistió, fuimos a cenar. Al día siguiente salimos, así hasta hoy. Nunca más nos separamos.

–¿Con qué mujer se encontró Juan?
–Con la que ves: soy caprichosa, malcriada y rebelde. Pero a la vez delicada y frágil. Soy conciliadora, pero cuando me enojo exploto y genero un caos. Soy una contradicción constante, como en las fotos: primero no me veo súper hot, pero luego lo disfruto.

–¿Qué perfume llevabas ese noche?
–A Juan lo conocí con Mademoiselle de Chanel, que es el perfume de: “Me rompieron el corazón pero igualmente puedo buscar al amor de mi vida”.

–¿Cuánto tardaron en irse a vivir juntos?
–Una semana. Me enteré de que estaba embarazada a los tres meses. No había visto a una persona tan feliz como a Juan cuando se lo anuncié. Nunca vi una sonrisa tan sincera, nunca me sentí tan amada. El y nuestros hijos son lo mejor de mi vida.

–¿Planean más hijos?
–Tendremos uno o dos más... Depende si en el próximo embarazo viene una nena o no.

–Para vos, ¿qué fragancia es Juan?
–Es oxígeno. Huele a casa. Cuando todo está mal, cuando no estoy bien, cuando me eliminaron del programa, cuando se cayó y golpeó mi hijo, ahí está Juan, siempre está.

Producción: Maite Irazu
Arte digital: Gustavo Ramírez.
Asistente de fotografía: Nicolás Mellino.
Peinó: Darío Calcagno. Maquilló: Vicky Obarrio para Sebastián Correa con productos HR. Agradecimientos: Chocolate. Ricky Sarkany. Almacén de Belleza. Lucila Iotti. Natalia Antolin y la colaboración de Majo Firreri

Su personal trainer y los ensayos para Bailando la ayudaron a recuperar la figura a seis meses de haber nacido su segundo hijo. Una diosa de 28 años que nació en Paraguay y elige Buenos Aires para vivir.

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“Me fascinó bailar en ShowMatch, pero tuve mi oportunidad y la gente decidió que me fuera. Entonces, ¿por qué volver? Ya dije que no a la posibilidad de regresar para un repechaje”

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“Cuando le dije que volvía a Paraguay, Cristian se arrodilló y lloró. ‘Por favor, no’, me rogaba. Luego, mientras él no estaba, agarré mi documento y me fui”

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