Vestida de tragedia, la madrugada del 26 de diciembre llegó confundida entre la lluvia y el llanto. Eran las 6.45 cuando un Peugeot 307 fuera de control atravesó raudamente la Ruta Provincial 65, recorrió la vera pastosa y mojada del camino y, tras golpear de costado contra algunas plantas, terminó estrellado contra un árbol. Diluviaba tanto que en el asfalto brotaban pequeñas lagunas traicioneras. En una de ellas patinó el coche que conducía Diego Buonanotte (21), que llevaba como acompañantes a Alexis Fulcheri (21), Emmanuel Melo (22) y Gerardo Suñé (24). El resultado fue desparejo, oscuro. Diego, el único que llevaba puesto el cinturón de seguridad, quedó consciente y sólo repetía que perdió el control del volante. Los otros tres chicos, con muchos golpes en la cabeza, sufrían el peor destino. Segundos después del terrible choque, frenó junto al automóvil el auto conducido por Mauro Echevarne, amigo de los cuatro, que venía detrás, y avisó a la Policía Comunal de General Arenales. El incidente fue catalogado por la Unidad Funcional de Instrucción y Juicio Nº 3 del Departamento Judicial de Junín como “triple homicidio y lesiones culposas”.
LA ULTIMA NOCHE. El viernes 25 de diciembre, mientras el humo de la pirotecnia navideña se alejaba lentamente del pueblo santafesino de Teodelina (a 334 kilómetros de Buenos Aires), Diego Buonanotte, el habitante más famoso de lugar, arreglaba su salida nocturna con su barra de amigos. Tenían un cumpleaños en Ferré, un pueblo vecino, a sólo 60 kilómetros de distancia, y los apuntados para ir eran bastantes. Necesitaban al menos dos vehículos. Diego ofreció el suyo (“un Audi negro que no usaba mucho en el pueblo porque le daba vergüenza”, cuenta un vecino), y en otro auto iría Echevarne, quien acostumbraba manejar el auto de Diego por su reconocida prudencia al volante. No bien llegó la noche, Diego se alistó para salir y se encontró con que el auto del padre, un Peugeot 307, bloqueaba la salida del suyo.
Para evitar complicaciones, decidió llevar el que estaba más a mano. Así empezó la noche que terminó a las siete menos cuarto de la mañana, a doce kilómetros de su pueblo natal. Una vez rescatado del vehículo por los bomberos voluntarios, Diego fue trasladado en ambulancia a Teodelina y casi inmediatamente se lo derivó al sanatorio San Martín, de Venado Tuerto. Desde allí, tras ponerlo fuera de peligro, lo enviaron en avión al sanatorio Los Arcos, de Palermo. Según Horacio Cavallieri, médico de River Plate, tuvo fractura de clavícula y un “traumatismo pulmonar importante”. Alexis, Emmanuel y Gerardo, en cambio, murieron camino al primer hospital.
UNA AMISTAD DE quince AÑOS. En Teodelina, un pueblo chico –menos de 7 mil habitantes– al sur de Santa Fe, nunca antes se vivió tanto dolor. Solía ser un compendio de calles tranquilas y gente de a pie, que ya después de las cinco de la tarde se reunía en la plaza a charlar. Tiene dos clubes de fútbol: Teodelina F.C. y Racing Club. Son un clásico. En el segundo jugó, hasta la sexta división, Diego Buonanotte. Con él, su mejor amigo: Alexis Fulcheri. Y el mismo año en que Diego se mudó a Buenos Aires y cambió de camiseta, Alexis dejó el fútbol, como si ya no tuviera sentido jugar. Tanto ellos dos como Emmanuel fueron compañeros desde antes del primario. Luego transitaron juntos las clases de la Escuela Provincial 6382 República de Venezuela, y aun después de terminar la primaria su amistad siguió imperturbable. Además de ellos tres, el grupo de íntimos sumaba a Mauro, Andrés, Nicolás y Guillermo, todos chicos que, hoy, son inconsolables.
“Eran un grupo bárbaro. Nunca tuvieron un problema. Nunca hacían nada malo. Eran sanos. Se cuidaban mucho entre ellos”, cuenta Julio Echevarne, padre de Mauro. “Diego nunca dejó de venir. Acá no se siente alguien especial. Es el mismo de siempre. Con los chicos no pasaban un mes sin verse. Si él no podía venir para acá, los chicos viajaban para allá. Iban muy seguido”, agrega Stefanía, prima de Emmanuel. Tan amigos eran que se iban siempre juntos de vacaciones. De hecho, hacía pocos días que Emmanuel (el Patito), Alexis (Ale), Diego y Mauro habían vuelto de Brasil. “Diego los invitó a Florianópolis. La pasaron fenómeno. Estaban tan contentos...”, cuenta un allegado al grupo. “Andaban siempre juntos. Diego a veces comía acá, en casa, se bañaba acá, dormía acá. O a veces Alexis lo hacía en su casa, iba a visitarlo a Buenos Aires, iba a verlo jugar”, explica Liliana, la mamá de Alexis, que vive junto a su marido e hija en el camping del pueblo. “Hace dos días, el 23, habían estado jugando al fútbol acá”, recuerda. “Uno no entiende cómo pasan estas cosas. Hay chicos que ves y están en cosas raras, les gusta jugar con los autos. Pero ellos no; eran muy inocentes. En serio, no hay nada malo que contar... Mirá: una vez robaron un banco de una plaza de Arribeños, un pueblo acá cerca, y al día siguiente fueron y, avergonzados, lo devolvieron. Era una travesura nomás...”, cuenta el tío de Emmanuel. Gerardo Suñé, el tercer fallecido, era un poco más grande y no formaba parte de ese círculo íntimo, pero también salía a menudo junto al grupo de Buonanotte. En el pueblo todos coinciden en que “era un muy buen pibe”. Fosforito, como le decían, fue velado en la cochería Moyano, y no en la sala velatoria de la Cooperativa de Agua Potable, donde se despidió a Alexis y a Emmanuel.
UN PUEBLO EN SILENCIO. De los casi siete mil habitantes que tiene Teodelina, al menos cinco mil se acercaron al velorio de los chicos o acompañaron al cortejo hacia el cementerio municipal. La Comuna declaró un luto de dos días y nadie, absolutamente nadie, arriesgaba un chiste o una sonrisa. Por duelo cerraron el club Racing, los bares de la calle Belgrano, la heladería frente a la plaza, el pub bailable Margarita... Una especie de sombra y algún que otro soplo de viento es todo lo que quedó. “Duele por la juventud de los chicos, por lo buenos que eran, por lo repentino del hecho”, dice el tío de Emmanuel, con lágrimas contenidas en los ojos, pero sumamente educado a pesar de su dolor.
El lunes 28, Liliana, la madre de Alexis, le escribió un mail a este enviado: “Me despertaron con la peor noticia de mi vida. Ese maldito sábado a la mañana, cuando golpearon la puerta y el papá de Ale dijo: ‘Vamos que nuestro hijo tuvo un accidente’. Ese viaje fue eterno y mi cabeza sólo pensaba: ‘Que no le haya pasado nada’. Ver el auto en la ruta me dejó sin aliento. Llegar y escuchar ‘su hijo falleció’ fue como morir. Quedé sin vida, y sin entender. ¿Por qué mi hijo? ¿Por qué justo ellos? (...) Hijo mío, yo te voy a esperar. Es largo el camino, y en algún momento nos vamos a encontrar. Ya vas a llegar de ese viaje a Brasil con tus mejores amigos. Y entre los dos vamos a entender ¿POR QUE? Mientras tanto me quedo, por tu hermana. Las dos nos quedamos esperándote (...)”.
Danila, la hermana de Alexis, también escribió: “Siento que un viento me arrancó de pie, que estoy muerta, encerrada en un cuerpo vivo. Morí el sábado a las 6:45 con vos. Me siento aire, me siento vacía, la gente me saluda y es como si me traspasaran, me hablan y es como si no entendiera lo que me dicen (...) Un día me prometiste que ibas a estar siempre conmigo, apenas me enteré que te fuiste te odié, porque me dejaste sola. Pero cuando te vi en la camilla en la morgue, a las 8 de la mañana, me di cuenta de que no me dejaste, que estás dormido. Acostado de costado y con la boca abierta, como dormís vos. Para mí estás durmiendo con los chicos en Brasil. Como me dijiste cuando hablamos y me contabas del viaje: ‘Dani, conocí lo más parecido al paraíso, Brasil, con mis mejores amigos. Hubiera sido el paraíso si estaban ustedes’(…) Hermano. Tantas cosas que no hicimos, tantas cosas que no nos dijimos. No me dejaste ni despedirte. La muerte esa noche hizo el juego del azar. Si me dieran a elegir, te cambiaba el lugar. Porque te juro que sos lo que más quiero y además prefiero no estar a estar así. Sólo quiero pedir que la gente que lo conoció lo recuerde como era él, porque mi hermano no es ese cajón, ni ese cuerpo con la cara raspada”.
Qué más decir. Para qué sumar palabras al dolor, si al final definirlo es tan inútil como intentar mitigarlo. De los chicos sólo queda su amistad, sus fotos, sus recuerdos. Y quién sabe cuánto le lleve a Diego recuperarse del golpe. Su físico está estable y la recuperación durará al menos siete meses. Pero, como dijo su padre, Mario, “lo más difícil va a ser la recuperación psicológica”. Hasta el momento, Diego no sabe cuál fue el saldo de la tragedia. “Las preguntas sobre sus amigos son casi permanentes y le estamos contando la película a medias”, contó el padre. “El es muy apegado a sus amigos. Viajó hace pocos días a Brasil, porque quería sus vacaciones con sus compinches de la vida, del pueblo. No son amigos del campeón, esos que te llevan en andas cuando ganás y te putean cuando perdés”, agregó.
Sólo resta esperar que Diego se recupere. Un plantel de profesionales lo acompañará, y es probable que pase muchas noches sin dormir. No es fácil entender que a veces el sufrimiento no es otra cosa que saber que fue feliz junto a esos chicos, no es fácil decirle que se quede con lo lindo. Pero su historia se va escribiendo así, y de nada sirven los “qué hubiera sido si...”. De nada sirven y tal vez sea cierto eso que dijo la hermana de Alexis, que “esa noche la muerte jugó al juego del azar”, y entonces habrá que entender, aunque sea triste y fatal, que el destino no sabe de ucronías.
Un asado, como el de la noche más dolorosa de sus vidas: Diego junto a su círculo de amigos más íntimos. Entre ellos dos de los fallecidos en el accidente: el Patito Melo y Ale.
Así quedó el Peugeot 307 tras el choque fatal contra un árbol.
Diego es trasladado desde Venado Tuerto hacia Buenos Aires en un vuelo sanitario. El jugador está fuera de peligro y, según los partes médicos hasta el cierre de esta edición, no tuvo lesiones irreversibles.