Llueve en Carlos Paz, y la gente de La Villa está feliz: de a poco y después de la seca, el lago San Roque vuelve a ser un lago. Es el viernes 29 de diciembre. El público se agolpa en la puerta del teatro esperando que se levante el telón y aparezca Gracias a la Villa, que Gerardo Sofovich (72) produce, dirige, y en la que también actúa: un retorno a las tablas después de décadas.
El hombre-orquesta llega a las nueve en punto de la noche. Saludos, aplausos, autógrafos, fotos. Con doble intención: admirarlo, pero también imaginar qué pasó, por qué se separó de Sofía (34) luego de nueve años de relación, una boda fastuosa y apenas… ¡ocho meses de matrimonio!
Y doble sorpresa también para GENTE, que el domingo 20, tres días antes de la ruptura, entrevistó a la pareja y no percibió señal alguna del abrupto final. Sofía cebaba mate, y Gerardo declaraba: “le pregunté si me acompañaría tres meses en Córdoba, y su respuesta fue inmediata: agarró su camioneta y empezó a buscar una casa para alquilar…”
Pero tres días más tarde, Sofía cerró sus valijas y volvió a Buenos Aires y a su casa de Pilar con sus dos hijos: Agustín (11) y Joaquín (9), de su primer matrimonio.
La acción, en el bar del living. Personajes: Sofovich y GENTE.
–¿Qué pasó, y por qué pasó tan pronto y de modo tan inesperado?
–En realidad, no fue tan de golpe. Hace tiempo que me di cuenta de que lo nuestro se estaba rompiendo. Por eso decidí cortar.
–No se entiende…
–Yo tampoco lo entiendo muy bien. Pero la relación había cambiado. En los últimos dos meses noté que ella estaba distinta, que algo le pasaba…
–Ese domingo en que estuvimos aquí mismo, parecían una pareja perfecta. ¿Era así, o fingían?
–Justamente ese día, después de que ustedes se fueron, tuvimos una discusión muy fuerte. Al otro día volvimos a pelear, y le dije que lo mejor, para no lastimarnos más, era separarnos.
–Sin embargo, habían logrado algo muy difícil: armonizar la pareja con el trabajo…
–Eso es lo que más me sorprende. Porque en esta separación (¡y quiero dejarlo bien claro!) no hay terceros ni nada por el estilo. Es más: el entusiasmo con ella vino tres meses antes para preparar todo, era lo que yo esperaba de la mujer que quiero a mi lado.
–Entonces, ¿por qué una ruptura tan súbita? ¿Por qué discutieron hasta ese punto?
–Sinceramente, no sé… La última pelea la tuvimos porque ella salió a hacer compras al supermercado, y a las tres horas me enteré que estaba comiendo en la casa de Alejandro, su hermano, que trabajaba para mí como stage manager y asistente de producción. Cuando volvió, le pregunté: “¿Cómo es la cosa? ¿No tendríamos que estar cenando nosotros dos?”
–Suena a pelea común. ¿Es posible revertir la separación, o es final-final?
–En las relaciones humanas nunca sabés cuando algo es definitivo o no. Pero creo que en este caso no hay vuelta atrás. En las discusiones de pareja debe haber un límite. Pero cuando se pierde el límite, uno tiene que poner el freno. Y es mejor no seguir…
–Tal vez Sofía dijo cosas sin pensar y sin medir las consecuencias. Un arrebato…
–Pero después tuvo la oportunidad de pedir disculpas, y no lo hizo.
–Quizá le cueste pedir disculpas…
–Pero estamos hablando de una mujer de treinta y cuatro años y madre de dos hijos…, ¡no de una chica de dieciocho! Hace ocho meses, cuando nos casamos frente a la jueza, ella dijo “Me caso porque es el hombre de mi vida y porque lo amo”. Pero durante la discusión, cuando oí que de esa boca que yo amo salieron tantas ofensas, comprendí que la historia estaba terminada.
–¿Pensó, pensaron los dos, que el casamiento era para toda la vida?
–Es lo que yo imaginaba. Fui yo el que le propuso matrimonio para darle seguridad. Pero a veces las cosas no resultan como uno cree…
–¿Cómo está por dentro, Gerardo?
–Es una sensación rara. Por un lado estoy haciendo el duelo inevitable que significa separarte de alguien a quien amás. Pero por otro hago laborterapia: con más horas de trabajo mitigo un poco el dolor. Porque además no puedo ser egoísta: tengo que defender el trabajo de veintisiete personas que me acompañan. De mi elenco…
–Realmente, ¿el trabajo le mitiga el dolor?
–De a ratos, sí. Al terminar cada función, el público aplaude de pie. Cuando tenés tantos años de teatro comos los míos, te das cuenta si el aplauso es espontáneo o no. Y si es espontáneo, el ánimo crece, se afirma, y te compensa…
–Pero cuando baja el telón, la vida sigue. Y lo noto triste, Gerardo…
–¿Me estás entrevistando, o haciendo de psicólogo? (Se ríe). Por supuesto que la situación es muy dura: no deja de ser el final de una pareja de muchos años. Sólo yo sé cómo me siento. Pero nunca voy a reflejarlo del todo…
–¿Por qué? ¿Por pudor, por orgullo, para no mostrar debilidad?
–No. Porque soy, de pies a cabeza y desde hace casi medio siglo, un hombre del espectáculo. Y el espectáculo debe seguir. Siempre. En la alegría o en la pena. Es la primera y la más fuerte de las leyes del escenario.
Gerardo en la misma casa del country Causana que Sofía eligió hace tres meses para pasar juntos el verano… pero donde apenas convivieron quince días. Izquierda: juntos, en la nota de GENTE del 20 de diciembre. Parecían felices. Pero tres días después, el adiós.
“Estoy haciendo el duelo que significa separarte de alguien que amás, y también haciendo laborterapia: con más horas de trabajo, el dolor es menos”