Cuando tenía ocho años, luego de la cena en familia, Abel se reunió con sus padres en el comedor de su casa de Cutral Có, Neuquén, y les dijo: “Quiero ser cantante. De eso voy a vivir”. Susana, su madre, una rubia algo petisa y de mirada profunda, lagrimeó y sin decir palabra lo abrazó muy fuerte. Raúl, su padre, que paraba la olla como comerciante nómade, oficio que obligó a los Pintos a una vida algo aventurera, le contestó: “Si querés ganarte la vida como cantante, vas a tener que estudiar. Acá no hay muchos lugares. Pero si es tu sueño, que nada te lo impida”.
Y así Abel, nacido el 11 de mayo de 1984 en Ingeniero White, a 10 kilómetros de Bahía Blanca, empezó sus pininos en la casa de una vecina, maestra de música, que tenía una especie de guardería musical. Abel Federico (29) es el menor de tres hermanos: Ariel (40), el mayor, que toca en la banda, y Andrés (37, dueño de una peluquería canina en Bahía), también socios en el camino emprendido por el benjamín de la familia. Un clan de clase media tirando a baja, pero muy unido. “Nunca nos faltó un plato de comida, pero no nos sobraba nada”, recuerda Abel, que pasó gran parte de su infancia a salto de mata, viviendo en Chubut, Río Negro y Neuquén. Gente trashumante si las hubo...
Un año después volvieron a mudarse a Bahía Blanca y lo anotaron en el coro de la ciudad. Pasó el tiempo, y apenas a sus once años, Abel ya era una sensación. Cantaba en todos los actos de la escuela 58 Día del Camino, Ingeniero White, y si bien al principio tuvo que soportar las burlas de sus compañeros, la fuerza que desplegaba en el escenario le hizo ganar respeto, admiración y cariño.
Comenzó a ir a las peñas, a los doce, grabó su primer casette... ¡y vendió más de seis mil copias en las mesas peñeras! Sus shows de los viernes, sábados y domingos convocaban cada vez más público. Grabó un nuevo demo, Raúl Lavié fue a tocar al teatro donde los padres de Abel atendían el buffet, y esa tarde Abel se animó a darle el demo al Negro. Le gustó tanto, que al día siguiente volvió a Buenos Aires y se lo hizo escuchar a Pity Iñurrigarro, en ese momento productor de León Gieco. Una semana después, Abel firmó un contrato con la empresa Abraxas, para grabar un disco bajo el sello de Sony Music: ¡nada menos! Apadrinado por León, que lo adoptó como su pollo, en el ’98 apareció Para cantar he nacido. Un año más tarde editó Todos los días un poco, y en el 2001, en medio de una de las crisis más duras del país, Cosas del corazón. Siguieron Sentidos (2004), Reflejo real (2005), La llave (2007), Revolución (2010) y Sencillos (2010). Hasta entonces, toda su obra. Pero el año pasado recopiló sus quince años en Sueño dorado, récord de ventas y primer gran premio: Doble Disco de Platino por 120 mil copias, muy pronto agotadas.
Y gracias a ese título, el miércoles 21 de agosto se consagró en los Carlos Gardel. Primero ganó el premio a la Mejor Canción del Año por Sueño dorado, votada por la gente vía SMS; luego, otro como Mejor Artista Masculino Pop, y al final... ¡el Gardel de Oro como Mejor Album del Año! El viernes, Abel actuó en Villa Constitución, Santa Fe, y allí recibió a GENTE entre mate y mate.
–En la entrega de los Gardel contaste que Sueño dorado fue una de las primeras canciones que compusiste. ¿Cómo es esa historia?
–Nació en el 2002, ¡y fue mi primera canción! Es muy fuerte... Siempre fui un chico muy tímido. El escenario es el lugar donde más seguro me siento. Buscando mi destino, empecé a componer. Algo muy difícil, porque sonreír para la gente es fácil, pero mirarse por dentro y sacar a relucir todo lo que sentís, no es para cualquiera. La compuse, pero no me animé a editarla.
–¿Qué pasó después?
–Hace un tiempo se la mostré a Hugo Casas, el productor del último disco, y le dije: “Escuchá este tema. Quiero que esté en el disco, aunque sea al final”. A los cinco minutos no dudó: “¡Es el tema más importante del disco!”, me dijo. Se grabó, y así fue.
–Me llamó la atención la parte en que decís: “Sublime forma de darle vida a mis años”. Tenías 17 cuando la escribiste, pero parece una frase de alguien que pasó el medio siglo.
–Alguna vez me dijeron que tengo alma de viejo, y creo que es un poco así. Nunca fui a un boliche, no trasnocho, los sábados a las doce estoy metido en la cama leyendo un libro y tomando un té.
–¿Cuál es tu meta inmediata?
–Seguir con la música y terminar la escuela secundaria. Dejé en quinto año. Pero en dos meses me reúno con unos profesores que me prepararon un plan de estudios para que terminara y consiguiera el título.
–Un buen mensaje para tantos que, pudiendo estudiar, se niegan o abandonan.
–Y no paro ahí. Quiero estudiar Letras en la universidad. Las cosas que conseguí en mi carrera son fruto de mi trabajo, y para hacerlo mejor necesito más herramientas. Aprender Letras me va a servir para expresar mucho mejor todo lo que quiero decir en mis canciones. También tengo tres borradores de libros que me gustaría editar.
–¿Estás en pareja? Hace poco se te vinculó con la actriz María Carámbula.
–No, no estoy en pareja. Esos fueron sólo rumores.
–Qué paradoja: el hombre que le canta al amor no lo encuentra... ¿El éxito es una forma de la soledad?
–No, para nada. Vivo mis experiencias y tengo mis historias. Pero siempre cuidé mucho mi intimidad. Tengo una edad en la que elijo vivir todas las historias que se me presenten, pero contarlas le quita valor a la intimidad. El día en que viva una verdadera historia de amor, no la voy a confesar a los cuatro vientos. Pero si me preguntás, te contesto. Prometido.
Dos días después de ser el gran ganador de los Premios Gardel, Pintos se presentó en el gimnasio de la escuela Cristo Rey, en Villa Constitución. Lo ovacionaron más de cuatro mil personas.
Sale a escena y sus fanáticos deliran. Todos cantan sin parar. Y el final es una interminable fiesta de ovaciones, globos, papelitos, espuma de carnaval, bailando al son de su tema Revolución.
Abel con su Gardel de Oro, ya consagrado como el Músico del 2012.