Un televisor Philips de 24 pulgadas, una heladera Bosch con freezer, un microondas Top House, una vieja computadora... Cuando uno ingresa al departamento del octavo piso de Ravignani 2360 en el que vivía Jorge Mangeri (45), percibe que puede ser de cualquier ciudadano de clase media, propietario o inquilino de un dos ambientes estrecho: el comedor integrado a la cocina, un escritorio con un sofá que por las noches se puede convertir en cama, un baño mínimo y el único cuarto, donde él pasaba sus noches junto a su fiel compañera, Diana Saettone (42), quien nos recibe amablemente en medio del dolor que sufre por tener a su marido preso, sospechado de cometer el asesinato de la adolescente Angeles Rawson, su vecina de la Planta Baja A.
Son las 10 de la mañana del lunes 24 de junio, y Diana se prepara para la primera visita que realizará a la cárcel de Ezeiza, para volver a mirar a los ojos al hombre que conoció hace casi quince años en el humilde barrio de Troncos del Talar, en Pacheco. Por aquellos años, ella abría un negocio de cotillón y kiosco. El vivía a la vuelta, en la casa de un tío. Se conocían de “hola” y “chau”. “El siempre tuvo poquito pelo y venía seguido a comprar shampoo, como excusa para hablar conmigo”, relata Saettone y su voz se quiebra hasta el llanto, como ocurrirá durante toda la charla. Al mes y pico ya estaban saliendo. Diana tenía 28, Jorge 30. Cuatro años de novios y finalmente se casaron en la Iglesia Nuestra Señora de Luján. Y llegó un trabajo que prometía: una portería en Capital, en Ravignani 2360, y brindaron felices. Hoy, ese hogar soñado para cobijar tanto amor se convirtió en la vivienda donde se comenta detalle por detalle el horror.
Diana no para de llorar, lucha con su cuello ortopédico y contra el cáncer que padece. Y mientras, prepara como puede una vianda para llevarle a su esposo a la prisión. Tiembla, y eso que todavía no recibió la terrible noticia que sorprenderá durante la tarde–noche y hará aún más pesada su mochila: “En la uña de una mano de Angeles se encontró ADN del portero”. Antes, esta charla.
–¿Nunca pensó que Jorge puede tener doble personalidad y haber sido capaz de matar a Angeles?
–No, porque yo sé lo que es. En estos 14 años que estamos juntos lo conozco muy bien, igual que mis hermanos y mi madre. Todos lo adoran. Digan lo que digan, le creo.
–¿Usted niega esa versión que dice que él reconoció “fue sin querer”?
–La considero ridícula.
–¿Está entera pese a todo?
–Sí. A veces me caigo un poquito, pero cada día estoy más firme con mi marido, cada día me tengo que sentir mejor. No es fácil. Nadie sabe por lo que estamos pasando. La acusación que pesa sobre él es muy grave, y lo peor es que es inocente.
–¿Tampoco dijo “me hago cargo” o “soy el responsable, fui yo”?
–Si lo dijo fue por el susto, por el miedo: tuvo aprietes muy fuertes. El primero fue el jueves a las 4 y media de la mañana, cuando iba a la clínica porque estaba descompuesto. Estaban rondando en un VW Polo sin patente. Lo agarraron en Ravignani y Santa Fe. Ahí lo aprietan, lo amenazan de palabra, le ponen un arma en la cabeza. El iba a correr: pensó que le robaban. Después, el viernes apareció un patrullero viejo cuando regresaba de hacerse la ecografía. Lo interceptaron bajando de la estación Carranza del Ferrocarril Mitre. Pensó que lo llevaban a declarar. Y lo golpearon mucho.
–Su abogado, el doctor Miguel Angel Pierri, dijo que iban a revisar las cámaras de seguridad de la zona para buscar el patrullero y el Polo negro. ¿Le creyó a su marido esa historia?
–¿Cómo no le voy a creer? Confío ciegamente en él. Es un hombre bueno
–¿Siempre confió en él? ¿Nunca dudó?
–Por supuesto. Voy a creerle hasta que me muera. Además, una persona no puede fingir tanto terror, llorar como una criatura, abrazarme, y decirme que yo soy lo único que tiene y que me va a cuidar.
–¿Alguna vez él tuvo un problema con alguien?
–Jamás. Con nadie. Si viera cómo lo quiere la gente...
–¿Tenía deudas, enemigos?
–Para nada. Pueden ver los resúmenes. Yo cuido muchísimo el dinero, y él también.
–¿Por qué aparece en la puerta en una imagen de tevé, si había dado parte de enfermo?
–Estaba acostado y bajó porque lo llamó la policía. Le pidieron los datos como encargado del edificio. Les dijo que estaba por cenar. Le permitieron que subiera y le anunciaron que lo volverían a llamar.
–¿El empezaba a sentirse observado?
–Nunca me lo dijo. Bajó a ver si necesitaban algo más.
–Dijeron que se lo vio haciendo changas en el edificio de enfrente mientras estaba con licencia médica.
–El trabaja allí también, pero mientras estuvo enfermo no fue. Mintieron.
–¿Cuánto hace que está casada con Jorge?
–Diez años y medio, con cuatro de novios. Lo conozco hace más de veinte, del barrio.
–¿Era mujeriego? ¿Alguna vez la engañó?
–Jamás. Es una persona respetuosa, honrada...
–Nunca se metería con una adolescente, entonces...
–Nooo, ni pensarlo. Mire... Mi sobrina vivió con nosotros durante cuatro años cuando era adolescente, y me dice: “Tía, salgo yo a hablar, a decir qué clase de ser humano es mi tío”. Si tuviera mal la mente... Cuando dormimos en la casa de mi hermana, Lorenzo, que es el hijo de ella y como nuestro bebé, duerme en el medio.
–¿Qué le va a decir cuando lo vea en la cárcel?
–Lo voy a abrazar fuerte, y veremos lo que me sale. Lo extraño horrores. Estábamos todo el día juntos.
–¿Qué pensaron usted y su marido cuando se enteraron del crimen de Angeles?
–Cuando ella faltaba, yo pensaba: “Ojalá se haya ido con alguien”. Nunca lo otro, lo más feo, que podría haber sido agarrada, violada.
–¿Y Jorge qué comentario hizo?
–Ninguno, porque yo le conté a él. Que desapareció, que la mamá me lo había dicho.
–¿Qué cara puso? ¿Lo advirtió confiable o dudó?
–Se levantó y me dijo: “¿Qué podemos hacer?”. “Mirá si yo hubiese estado a esa hora por ahí... La habría visto”.
–¿Es cierto que Angeles venía a su casa a jugar con sus sobrinos y a tomar la leche?
–Sí. Los chicos subían a la terraza a jugar... Yo les preparaba la leche a mis sobrinitos y les convidaba a ella y a su hermano. Mumi tendría unos seis años.
–¿Tenían trato Jorge y usted con los padres?
–“Hola” y “chau”. El papá también vivió acá. Con el padrastro había poco trato, porque es más parco y no teníamos confianza.
–¿Alguna vez escuchó algo raro cerca de la casa de Angeles?
–No, salvo cuando la mamá retaba a los chicos. De él no.
–¿Después de que lo detuvieron como sospechoso no habló más con Jorge?
–No, nunca más. Entré con él. Lo hicieron ingresar con una gorra de la Policía Federal y un chaleco de tela, no antibala. Pregunté por qué le ponían eso. Me dijeron que porque lo podían agredir. Era ilógico. Si nadie sabía nada sobre Jorge... Fue raro porque era testigo, como yo y como la familia de Angeles. Un policía me dijo: “Ni se te ocurra agarrarlo de la mano”. Estaba golpeado. No podía estar parado.
–¿Es consciente de que su marido puede pasar en la cárcel el resto de sus días?
–Debo confiar en la Justicia. No tengo miedo por mí, sí por él. Que le carguen algo que no hizo. Creo mucho en Dios y en el doctor Miguel Pierri. Cuando aceptó, con mi hermana saltábamos como si fuera un gol en el Mundial. Toda mi familia está muy unida. Somos humildes y nos queremos. Cualquier cosa que pasa estamos todos.
–¿Y si lo condenan, si encuentran pruebas...?
–Yo creo en la inocencia de mi esposo. Pongo las manos en el fuego por él, doy mi vida... Si lo involucran, prefiero que nos maten a los dos, pero estar juntos. Así, nos estamos muriendo.
–¿Cómo está su enfermedad?
–Hace cinco años tengo un carcinoma en la tiroides, pero después hice metástasis. Ahora me tenía que hacer los controles, porque un examen dio alguna dificultad, pero por ahora no es peligroso. Tengo afectadas las cervicales; por eso lo del cuello. Ojo, si a mí el cáncer no me pudo, esto menos. Pero me cambió la vida, porque no pude tener hijos. Como no quedaba embarazada después de dos años de búsqueda, me hice controles y apareció la enfermedad. Ahora estábamos con el tema de adoptar, pero con todo esto no sé: lo único que me interesa es que estemos juntos.
–Disculpe la insistencia: ¿ni se le cruza por la cabeza que haya sido Jorge?
–No, porque el que hizo eso con Angeles es un monstruo. Y si yo lo supiera y lo protegiera, sería mucho peor que eso.
Sentada en el living donde tomaba mate todas las tardes con su esposo, el lunes por la mañana, antes de visitarlo en la cárcel de Ezeiza: “Jorge no es un monstruo capaz de hacer eso”.
Saettone contó que de aquellos tiempos felices y vacaciones en el mar o en las cataratas poco queda.
Saettone contó que de aquellos tiempos felices y vacaciones en el mar o en las cataratas poco queda. Hoy vive atemorizada, pendiente de quien entra al edificio a través de la pantalla de tevé y agregando trabas a la puerta. Cuando recuerda a Mangeri sonríe, muestra la lámpara que él creó con sus propias manos, reflexiona sentada cerca del escritorio que él armó prolijamente, y cuenta que tanto la cocina como el cuarto estaban destrozados cuando fueron a vivir hace diez años: Jorge reparó cada detalle.