"Es una cosificadísima parodia de la relación entre el capocómico y la vedette”. Así define Franco Torchia (41) a Como nunca, la obra con guión de Liliana Viola, dirigida por Dino Balanzino, donde debuta como actor teatral y discuten el universo gay.
Secundado por Juampi Mirabelli (que encarna al primer vedette hombre), el integrante de Confrontados (Canal 9), conductor de No se puede vivir del amor (La Once Diez), panelista de Pasión de sábado (América) y esposo de Tomás Balmaceda (37), lleva adelante con gran histrionismo, los miércoles a las 21 en Work Bar, “la revista gay del siglo XXI” y aclara: “Es una gran autocrítica a la cultura LGTBIQ. No somos condescendientes ni nos ponemos en víctimas. Nos replegamos, para mostrar cómo estamos insertos en un sistema de exclusión y discriminación”.
La violencia hetero-normativa de la tevé en la que no encaja, su análisis de las figuras famosas que salen de productos como el Bailando (“todos tienen abundancia de simpleza, no presentan abismos ni se hacen preguntas”) y su singular relación con su hija Teresa, de 9 años, “muy poco interesada en las cosas que hago, naturalmente”.
CONTRA LA NORMA. “Soy de los que creen que la potencia de la disidencia o la diversidad sexual tiene una gran capacidad crítica, que no debe perder. Debemos seguir señalándole al sistema sexo-afectivo clásico que hay otras formas y que vale la pena interrogarse. La linealidad propia de las mayorías es la siguiente: matrimonio, dormitorio, patrimonio, velorio”.
CRITICA CONTRA LA CULTURA GAY. “En la obra nos reímos de nosotros mismos. ¿Cuáles son las cosas con las que nos damos con un caño? El temario más recurrente: la sobreexposición, el culto al sexo exprés, la estandarización de los cuerpos y la idea de que el matrimonio igualitario llegó para salvarnos... Porque es peligroso cuando las parejas gay se terminan pareciendo a las hetero, bendicen las alianzas y aspiran a ser Cathy y Ova”.
SHOWTIME. “Encarnar al capocómico macho de Como nunca es insólito para mí. Porque no me auto-percibo como tal, ni quiero cosificar a un vedette hombre como lo hago ahí. Innovamos con Juampi (Mirabelli), que no es un Golden boy ni Flavio Mendoza, dejamos los cuerpos vaginados y hasta indagamos en el Grindr abierto de los concurrentes. De la revista tradicional vi cosas de Nito Artaza... No llegué a ver a Fidel Pintos, y lo que conocí me resultó un misterio, y muy violento”.
–¿Qué cosas que no supieras te reveló hacer este papel?
–Más que nada, mi histrionismo. Siento que lo fui tapando e inundando con formación académica, pero siempre estuvo. Desde los 32 estoy viviendo una seguidilla de hallazgos. Tanto que sigo pensando por qué no los descubrí antes. A veces pienso que perdí el tiempo, y me pregunto dónde estaba. Pero así es que conocí a Tomás, y tengo esta hermosa relación con mi hija Teresa.
–¿Cómo reacciona ella frente a tus nuevos desafíos? ¿Le gusta ser parte y acompañarte?
–Está en cuarto grado, en la etapa en que descubre sus propios intereses. Me ha acompañado a la radio, por ejemplo, pero tampoco se desvive... Ahora dice que lo mejor que le pasó fue ver a unos youtubers mexicanos que se llaman Los Polinesios.
–¿Creés que lo popular se te resiste?
–Con Pasión de sábado es increíble haber ganado otro público. De otro modo no lo habría logrado; es casi un milagro. Pero conozco bien mis efectos: soy crítico e irónico, y el argentino no resiste la ironía, así que tengo que ecualizar y moderar o las consecuencias pueden ser no deseadas. Y por otro lado, ¿viste que en la tevé no existen conductores gay, excepto Lussich, que nunca ocultó su orientación?
–Fuiste a ShowMatch junto a Jey Mammon y Drag Queens... Dieron un mensaje disidente, como decís vos. ¿Cómo viviste ese momento con tanto rating?
–No soy snobista, porque es real. Nunca fui televidente de ShowMatch, porque tiene una serie de códigos frente a los cuales me sentí afuera. Esa fue la primera vez que vi a Marcelo Tinelli. Creo que es el mejor conductor, sobre todo cuando improvisa. Me encanta, porque es un gran descubridor de la fauna freak. Su programa es una fábrica de figuras; lo malo es la normalización. Laurita Fernández, por ejemplo, es el colmo de la linealidad. De ahí sale toda gente que abunda en simpleza y no presenta problemas ni preguntas. Las vidas que comunican son muy aplastadas. Me resisto a este país tan empeñado en ser un país normal, como si eso fuera un mérito.
Por Karina Noriega. Fotos: Christian Beliera.
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